Gilles Deleuze escribió este texto en 1983, un año después de la salida de la OLP de Beirut y de la matanza de Sabra y Chatila. Su análisis clarividente de la encrucijada en que se hallaba entonces la OLP y la denuncia de la continuidad del proyecto sionista de colonización de Palestina continúan siendo hoy, más de veinticinco años después, igual de actuales. Hoy, como entonces, la alternativa al exterminio del pueblo palestino reside en una Autoridad Nacional fuerte y cohesionada que haga frente a la sistemática política israelí de sabotear cualquier posibilidad de solución del conflicto.
La causa palestina es ante todo el conjunto de las injusticias que este pueblo ha padecido y sigue padeciendo. Estas injusticias son los actos de violencia pero también las sinrazones, los falsos razonamientos, las falsas garantías con que se les pretende compensar y justificar. Arafat no ha usado más que una palabra para hablar de las promesas incumplidas, de los compromisos violados, tras las masacres de Sabra y Chatila: shame, shame.
Se dice que no es un genocidio. Sin embargo, es una historia que, desde el principio, tiene mucho de Oradour.* El terrorismo sionista no se dirigía únicamente contra los ingleses, sino contra los pueblos árabes que tenían que desaparecer; el Irgún fue muy activo en este sentido (Deir Yassine).** En todos los casos se trata de hacer como si el pueblo palestino no solamente no debiera existir, sino que no hubiera existido nunca.
Los conquistadores eran quienes habían padecido ellos mismos el mayor genocidio de la historia. Los sionistas hicieron de este genocidio un mal absoluto. Pero transformar el mayor genocidio de la historia en mal absoluto es una visión religiosa y mística, no una visión histórica. Esta visión no detiene el mal; al contrario, lo propaga, lo hace recaer sobre otros inocentes, exige una reparación que hace sufrir a otros una parte de lo que los judíos han sufrido (expulsión, asilamiento en el gueto, desaparición como pueblo). Con medios más “fríos” que los del genocidio, se trata de llegar al mismo resultado.
Los EE.UU. y Europa les debían a los judíos una reparación. Y esta reparación se la hicieron pagar a un pueblo del cual lo menos que puede decirse es que no tenía nada que ver con ella, que era singularmente inocente de todo holocausto y que ni siquiera había oído hablar de él. El sionismo, y después el Estado de Israel, exigieron a los palestinos reconocimiento jurídico. Pero él mismo, el Estado de Israel, no ha dejado de negar el hecho mismo de la existencia del pueblo palestino. Nunca se habla de palestinos, sino de árabes de Palestina, como si hubiesen estado allí por casualidad o por error. Luego se hará como si los palestinos expulsados viniesen de otro lugar, nunca se mencionará la primera guerra de resistencia que llevaron a cabo completamente solos. Se hará de ellos los descendientes de Hitler, puesto que no reconocen a Israel su derecho. Pero Israel se reserva el derecho de negar su existencia de hecho. Aquí comienza una ficción que cada vez se extenderá más, y que pesará sobre todos los defensores de la causa palestina. Esta ficción, que es una apuesta de Israel, consistía en hacer pasar por antisemitas a cuantos pusieran objeciones a los hechos y a las acciones del Estado sionista. La fuente de esta operación fue la fría política de Israel con respecto a los palestinos.
Desde el comienzo, Israel no ha ocultado su propósito: vaciar el territorio palestino. Aún más: hacer como si el territorio palestino estuviera vacío, destinado desde siempre a los sionistas. Se trataba de una colonización, pero no en el sentido europeo del siglo XIX: no se quería explotar a los nativos, se les quería expulsar. Quienes se resistieran a ello no se convertirían en una mano de obra dependiente del territorio, sino en una mano de obra volante y desarraigada, como si se tratase de inmigrantes reunidos en un gueto. Desde el principio se trató de ocupar las tierras como si estuviesen desiertas o pudiesen vaciarse. Es un genocidio, pero el exterminio físico está subordinado en este caso a la evacuación geográfica: al no ser más que árabes en general, los palestinos supervivientes deben fundirse con el resto de los árabes. El exterminio físico, aunque se confíe a mercenarios, no deja de estar presente. Pero se alega que no es un genocidio, ya que no se trata de la “solución final”: en efecto, es un medio entre otros. La complicidad de los EE.UU. con Israel no procede únicamente del poder de un lobby sionista. Elias Sanbar ha mostrado perfectamente que los EE.UU. han encontrado en Israel un aspecto de su historia: el exterminio de los indios que, también en este caso, sólo en parte fue directamente físico. Se trataba de vaciar, de hacer como si nunca hubiese habido indios más que en guetos, lo que hacía de ellos otros inmigrantes interiores más. En muchos aspectos, los palestinos son los nuevos indios, los indios de Israel. El análisis marxista indica estos dos movimientos complementarios del capitalismo: imponerse constantemente límites en cuyo interior despliega y explota su propio sistema; desplazar cada vez más lejos estos límites, rebasarlos para volver a emprender a mayor escala o con mayor intensidad su propia fundación. Desplazar los límites: ésta fue la acción del capitalismo americano, del sueño americano, que ha sido recuperado por Israel y por el sueño del Gran Israel en territorio árabe y a costa de los árabes.
¿Cómo ha podido el pueblo palestino resistir, cómo resiste aún? ¿Cómo ha pasado de ser una sociedad de linajes a convertirse en una nación armada? ¿Cómo se ha dado a sí mismo un organismo que no simplemente le representa sino que lo encarna, aún sin territorio y sin Estado? Hacía falta un personaje histórico que, desde el punto de vista occidental, se diría salido de Shakespeare, y ése fue Arafat. No es la primera vez en la historia (los franceses pueden pensar en la Francia libre, con la diferencia de que al principio contaba con menos base popular). Y lo que tampoco ha ocurrido por primera vez en la historia es que en cada ocasión en que ha sido posible una solución o un elemento para la solución los israelíes la han destruido deliberada y sistemáticamente. Apelaban a su posición religiosa para negar, no ya el derecho, sino incluso el hecho palestino. Se desentendían de su propio terrorismo tratando a los palestinos como terroristas llegados del exterior. Y, precisamente porque los palestinos no eran tal cosa, sino un pueblo específico, tan diferente del resto de los árabes como pueden serlo entre sí los pueblos de Europa, no podían esperar de los propios Estados árabes más que una ayuda ambigua, que a veces se convertía en hostilidad y exterminio, cuando el modelo palestino se volvía peligroso para ellos. Los palestinos han recorrido todos los círculos infernales de la historia: el abandono de las soluciones cada vez que eran posibles, las peores inversiones de las alianzas en las que habían puesto su confianza, el incumplimiento de las promesas más solemnes... Y su resistencia ha tenido que alimentarse de todo ello.
Puede que uno de los objetivos de las masacres de Sabra y Chatila haya sido el de desprestigiar a Arafat. No había dado su consentimiento a la partida de los combatientes, cuya fuerza seguía intacta, más que a cambio de que la seguridad de sus familias quedase absolutamente garantizada por los EE.UU. e incluso por Israel. Después de las masacres, no quedaba más palabra que “shame”. Si la crisis de la OLP que se va a producir tuviera como resultado a plazo medio, ya fuera la integración en un Estado árabe, ya la disolución en el integrismo musulmán, entonces podría decirse que el pueblo palestino ha desaparecido efectivamente. Pero ello ocurriría con tales condiciones que el mundo, los EE.UU. y hasta Israel no dejarían de lamentar las ocasiones perdidas, incluyendo las que aún son posibles en este momento. A la fórmula orgullosa de Israel (“Nosotros no somos un pueblo como los demás”) ha respondido siempre el grito palestino, invocado en el primer número de la Revue d’études palestiniennes: somos un pueblo como los demás, no queremos ser otra cosa...
Al emprender la guerra terrorista del Líbano, Israel ha intentado suprimir a la OLP y privar al pueblo palestino de su soporte, tras haberle privado de su tierra. Y puede que lo haya conseguido, porque en la Trípoli sitiada sólo quedaba la presencia física de Arafat entre los suyos, todos sumidos en una especie de grandeza solitaria. Pero el pueblo palestino no perderá su identidad más que provocando en su lugar un doble terrorismo, de Estado y de religión, que se beneficiará de su desaparición y que hará imposible todo acuerdo de paz con Israel. De la guerra del Líbano Israel no saldrá sólo moralmente desunido y económicamente desorganizado, sino que se enfrentará a la imagen invertida de su propia intolerancia. Una solución política, un compromiso pacífico sólo es posible con una OLP independiente, que no haya desaparecido en uno de los Estados existentes y que no se disuelva en los distintos movimientos islámicos. La desaparición de la OLP sólo sería una victoria de las fuerzas ciegas de la guerra, indiferentes a la supervivencia del pueblo palestino.
* Oradour es una pequeña localidad francesa en la cual, durante la ocupación alemana, el cuarto regimiento de granaderos del Führer, que invadió por sorpresa el pueblo, masacró a la práctica totalidad de la población indefensa: casi doscientos varones, más de doscientos niños y unas doscientas cuarenta mujeres.
** Brazo armado del movimiento extremista fundado por Vladimir Jabotinsky (también fundador del Likud). El Irgún, dirigido luego por Menahem Beguin, desarrollaba acciones tanto contra el movimiento nacional árabe palestino como contra la administración británica. En concreto, es responsable de la matanza de un pueblo palestino de los arrabales de Jerusalén (Deir Yassine) en 1948 y del atentado contra el hotel King David, que entonces era la sede del Mandato Británico en Jerusalén.
Revue d’études palestiniennes, nº 10, invierno de 1984 (el texto está fechado en septiembre de 1983).
Texto recogido en: Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.
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7/12/09
11/12/08
Los indios de Palestina, por Gilles Deleuze y Elias Sanbar
Transcribimos un fragmento de una conversación entre el filósofo francés Gilles Deleuze y el historiador palestino (y traductor de Mahmud Darwix al francés) Elias Sanbar. Se publicó en el diario Libération el 8-9 de mayo de 1982.
Hoy, el Muro, que desmiembra y aísla Cisjordania, y la reserva de Gaza, dan fe de la continuidad sistemática de la política israelí de usurpación y negación del Otro.
Gilles Deleuze. [...] Los palestinos no están en la situación de otros pueblos colonizados, sino que han sido evacuados, desterrados. Tú insistes, en el libro que estás preparando [Palestine 1948, l’expulsion], en la comparación con los pieles rojas. En el capitalismo se dan dos movimientos muy diferentes. A veces se trata de mantener a un pueblo en su territorio, hacerle trabajar, explotarlo para acumular un excedente: lo que suele llamarse una colonia; otras veces se trata de lo contrario, de vaciar un territorio de su pueblo para dar un salto adelante, aunque tenga que importarse mano de obra del extranjero. La historia del sionismo y de Israel, como la de América, tiene que ver con esto último: ¿cómo crear un vacío, cómo evacuar a un pueblo? [...]
Elias Sanbar. Somos unos expulsados peculiares porque no nos han desplazado a tierra extranjera sino hacia la prolongación de nuestro hogar. Se nos ha desplazado a tierra árabe, donde no solamente nadie piensa en que nos disolvamos sino que esta mera idea les parece una aberración. Me refiero, en este punto, a la inmensa hipocresía de algunas afirmaciones de Israel que reprochan al resto de los árabes el no habernos “integrado”, cosa que en el lenguaje israelí significa “hecho desaparecer”... Quienes nos han expulsado han comenzado súbitamente a preocuparse por cierto racismo árabe contra nosotros. ¿Significa esto que no debemos afrontar las contradicciones de ciertos países árabes? Desde luego que no, pero estos enfrentamientos no procedían en absoluto del hecho de que fuéramos árabes, eran casi inevitables porque éramos y somos una revolución armada. Somos algo así como los pieles rojas de los colonos judíos de Palestina. A sus ojos, nuestra única función consistiría en desaparecer. En este sentido, es cierto que la historia del establecimiento de Israel es una repetición del proceso que dio lugar al nacimiento de los Estados Unidos de América. [...]
El movimiento sionista no movilizó a la comunidad judía de Palestina en torno a la idea de que los palestinos iban a marcharse en algún momento, sino en torno a la idea de que el país estaba “vacío”. Desde luego, hubo algunos que, al llegar, constataron lo contrario y así lo escribieron. Pero el grueso de esta comunidad funcionaba teniendo en frente a unas personas a quienes frecuentaba a diario físicamente, pero como si no estuviesen allí. Esta ceguera no era física, nadie podía engañarse en primera instancia, todo el mundo sabía que aquel pueblo allí presente estaba “en trance de desaparición”, todo el mundo se daba cuenta también de que, para que esa desaparición pudiera llevarse a cabo, hacía falta funcionar desde el principio como si ya hubiese ocurrido, es decir, “no viendo” nunca la existencia de los otros, que sin embargo estaban más que presentes. Para tener éxito, el vaciamiento del territorio debía partir de una aniquilación “del otro” en la propia mente de los colonos.
Para alcanzar ese resultado, el movimiento sionista apostó fuerte a una visión racista que hacía del judaísmo la base misma de la expulsión, del rechazo del otro. Recibió una ayuda decisiva de las persecuciones europeas que, emprendidas por otros racistas, le permitían encontrar una confirmación de su propio enfoque.
Creemos, además, que el sionismo ha aprisionado a los judíos y los mantiene cautivos de esta visión que acabo de describir. Digo intencionadamente que les mantiene cautivos y no que les ha mantenido cautivos en cierto momento. Digo esto porque, pasado el holocausto, su punto de vista ha evolucionado y se ha convertido en un seudoprincipio “eterno” que exige que los judíos sean en todo lugar y en todo tiempo el Otro de las sociedades en que viven.
Ahora bien, no hay ningún pueblo, ninguna comunidad que pueda aspirar ―afortunadamente para ellos― a ocupar inmutablemente esta posición del “Otro” rechazado y maldito.
Hoy día, el Otro del Oriente Próximo es el árabe, el palestino. Y es a este Otro constantemente amenazado con desaparecer al que las potencias occidentales, derrochando hipocresía y cinismo, piden garantías. Por el contrario, somos nosotros quienes necesitamos garantías contra la locura de las autoridades militares israelíes. [...]
Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.
Hoy, el Muro, que desmiembra y aísla Cisjordania, y la reserva de Gaza, dan fe de la continuidad sistemática de la política israelí de usurpación y negación del Otro.
Gilles Deleuze. [...] Los palestinos no están en la situación de otros pueblos colonizados, sino que han sido evacuados, desterrados. Tú insistes, en el libro que estás preparando [Palestine 1948, l’expulsion], en la comparación con los pieles rojas. En el capitalismo se dan dos movimientos muy diferentes. A veces se trata de mantener a un pueblo en su territorio, hacerle trabajar, explotarlo para acumular un excedente: lo que suele llamarse una colonia; otras veces se trata de lo contrario, de vaciar un territorio de su pueblo para dar un salto adelante, aunque tenga que importarse mano de obra del extranjero. La historia del sionismo y de Israel, como la de América, tiene que ver con esto último: ¿cómo crear un vacío, cómo evacuar a un pueblo? [...]
Elias Sanbar. Somos unos expulsados peculiares porque no nos han desplazado a tierra extranjera sino hacia la prolongación de nuestro hogar. Se nos ha desplazado a tierra árabe, donde no solamente nadie piensa en que nos disolvamos sino que esta mera idea les parece una aberración. Me refiero, en este punto, a la inmensa hipocresía de algunas afirmaciones de Israel que reprochan al resto de los árabes el no habernos “integrado”, cosa que en el lenguaje israelí significa “hecho desaparecer”... Quienes nos han expulsado han comenzado súbitamente a preocuparse por cierto racismo árabe contra nosotros. ¿Significa esto que no debemos afrontar las contradicciones de ciertos países árabes? Desde luego que no, pero estos enfrentamientos no procedían en absoluto del hecho de que fuéramos árabes, eran casi inevitables porque éramos y somos una revolución armada. Somos algo así como los pieles rojas de los colonos judíos de Palestina. A sus ojos, nuestra única función consistiría en desaparecer. En este sentido, es cierto que la historia del establecimiento de Israel es una repetición del proceso que dio lugar al nacimiento de los Estados Unidos de América. [...]
El movimiento sionista no movilizó a la comunidad judía de Palestina en torno a la idea de que los palestinos iban a marcharse en algún momento, sino en torno a la idea de que el país estaba “vacío”. Desde luego, hubo algunos que, al llegar, constataron lo contrario y así lo escribieron. Pero el grueso de esta comunidad funcionaba teniendo en frente a unas personas a quienes frecuentaba a diario físicamente, pero como si no estuviesen allí. Esta ceguera no era física, nadie podía engañarse en primera instancia, todo el mundo sabía que aquel pueblo allí presente estaba “en trance de desaparición”, todo el mundo se daba cuenta también de que, para que esa desaparición pudiera llevarse a cabo, hacía falta funcionar desde el principio como si ya hubiese ocurrido, es decir, “no viendo” nunca la existencia de los otros, que sin embargo estaban más que presentes. Para tener éxito, el vaciamiento del territorio debía partir de una aniquilación “del otro” en la propia mente de los colonos.
Para alcanzar ese resultado, el movimiento sionista apostó fuerte a una visión racista que hacía del judaísmo la base misma de la expulsión, del rechazo del otro. Recibió una ayuda decisiva de las persecuciones europeas que, emprendidas por otros racistas, le permitían encontrar una confirmación de su propio enfoque.
Creemos, además, que el sionismo ha aprisionado a los judíos y los mantiene cautivos de esta visión que acabo de describir. Digo intencionadamente que les mantiene cautivos y no que les ha mantenido cautivos en cierto momento. Digo esto porque, pasado el holocausto, su punto de vista ha evolucionado y se ha convertido en un seudoprincipio “eterno” que exige que los judíos sean en todo lugar y en todo tiempo el Otro de las sociedades en que viven.
Ahora bien, no hay ningún pueblo, ninguna comunidad que pueda aspirar ―afortunadamente para ellos― a ocupar inmutablemente esta posición del “Otro” rechazado y maldito.
Hoy día, el Otro del Oriente Próximo es el árabe, el palestino. Y es a este Otro constantemente amenazado con desaparecer al que las potencias occidentales, derrochando hipocresía y cinismo, piden garantías. Por el contrario, somos nosotros quienes necesitamos garantías contra la locura de las autoridades militares israelíes. [...]
Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.
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8/11/08
Las piedras, por Gilles Deleuze
Este texto se publicó por primera vez en la revista al-Karmel (nº 29, junio de 1988). Deleuze lo escribió al poco del estallido de la Primera Intifada en diciembre de 1987.
Europa no ha comenzado a pagar la deuda infinita que tenía con los judíos, pero se la ha hecho pagar a un pueblo inocente, los palestinos.
El estado de Israel lo construyeron los sionistas sobre el pasado reciente de su suplicio, el inolvidable horror europeo, pero también sobre el sufrimiento de este otro pueblo, sobre las piedras de este otro pueblo. El Irgún fue calificado como terrorista, no solamente porque hizo saltar por los aires el cuartel general inglés, sino porque destruía pueblos y aniquilaba poblaciones.
Los americanos no repararon en gasto para hacer de él toda una superproducción de Hollywood. Se suponía que el Estado de Israel se instalaba en una tierra vacía que desde mucho tiempo atrás aguardaba al antiguo pueblo hebreo entre los fantasmas de algunos árabes llegados de fuera, guardianes de las piedras dormidas. Se condenaba a los palestinos al olvido. Se les conminaba a reconocer jurídicamente al Estado de Israel, pero los israelíes no dejaban de negar el hecho concreto del pueblo palestino.
Desde el principio, este pueblo emprendió, solo, una guerra que aún no ha terminado para defender su propia tierra, sus propias piedras, su propia vida: de esta primera guerra no se habla, porque lo que importa es hacer creer que los palestinos son árabes llegados desde otros lugares y que, por tanto, pueden volver a ellos. ¿Quién desenmarañará todas estas Jordanias? ¿Quién dirá que entre un palestino y cualquier otro árabe existe un fuerte vínculo, pero no mayor que el que pueda haber entre dos países europeos? ¿Y qué palestino puede olvidar lo que otros árabes le han hecho pasar, no menos que los israelíes? ¿Cuál es el nudo de esta nueva deuda? Expulsados de su tierra, los palestinos se instalaron en un lugar desde donde al menos podían aún verla, conservando esa visión como un último contacto con su ser alucinado. Los israelíes nunca podían empujarlos lo suficientemente lejos, sumergirlos en la noche, en el olvido.
Destrucción de pueblos, dinamitado de casas, expulsiones, asesinatos de personas, una historia horrible volvía a empezar sobre las espaldas de los nuevos inocentes. Se dice de los servicios secretos israelíes que son la admiración del mundo entero. Pero ¿qué es una democracia cuya política se confunde con la acción de sus servicios secretos? Todos éstos se llaman Abou, declara un oficial israelí tras el asesinato de Abou Jihad. ¿Recordamos aquellas voces sanguinarias que gritaban: “Todos éstos se llaman Levy”...?
¿Cómo acabará Israel con los territorios anexionados, con los territorios ocupados, con los colonos y las colonias, con sus rabinos enloquecidos? Ocupación, ocupación infinita: las piedras arrojadas vienen de dentro, vienen del pueblo palestino para recordar que, en un lugar del mundo, aunque sea muy pequeño, la deuda se ha subvertido. Lo que los palestinos arrojan son sus propias piedras, las piedras vivas de su país. Nadie puede pagar una deuda mediante asesinatos ―uno, dos, tres, siete, diez cada día― ni entendiéndose con terceros. Los terceros se desentienden, cada muerto llama a los vivos, y los palestinos han entrado en el alma de Israel, ocupan esa alma como quien la sondea y la taladra día tras día.
Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.
Europa no ha comenzado a pagar la deuda infinita que tenía con los judíos, pero se la ha hecho pagar a un pueblo inocente, los palestinos.
El estado de Israel lo construyeron los sionistas sobre el pasado reciente de su suplicio, el inolvidable horror europeo, pero también sobre el sufrimiento de este otro pueblo, sobre las piedras de este otro pueblo. El Irgún fue calificado como terrorista, no solamente porque hizo saltar por los aires el cuartel general inglés, sino porque destruía pueblos y aniquilaba poblaciones.
Los americanos no repararon en gasto para hacer de él toda una superproducción de Hollywood. Se suponía que el Estado de Israel se instalaba en una tierra vacía que desde mucho tiempo atrás aguardaba al antiguo pueblo hebreo entre los fantasmas de algunos árabes llegados de fuera, guardianes de las piedras dormidas. Se condenaba a los palestinos al olvido. Se les conminaba a reconocer jurídicamente al Estado de Israel, pero los israelíes no dejaban de negar el hecho concreto del pueblo palestino.
Desde el principio, este pueblo emprendió, solo, una guerra que aún no ha terminado para defender su propia tierra, sus propias piedras, su propia vida: de esta primera guerra no se habla, porque lo que importa es hacer creer que los palestinos son árabes llegados desde otros lugares y que, por tanto, pueden volver a ellos. ¿Quién desenmarañará todas estas Jordanias? ¿Quién dirá que entre un palestino y cualquier otro árabe existe un fuerte vínculo, pero no mayor que el que pueda haber entre dos países europeos? ¿Y qué palestino puede olvidar lo que otros árabes le han hecho pasar, no menos que los israelíes? ¿Cuál es el nudo de esta nueva deuda? Expulsados de su tierra, los palestinos se instalaron en un lugar desde donde al menos podían aún verla, conservando esa visión como un último contacto con su ser alucinado. Los israelíes nunca podían empujarlos lo suficientemente lejos, sumergirlos en la noche, en el olvido.
Destrucción de pueblos, dinamitado de casas, expulsiones, asesinatos de personas, una historia horrible volvía a empezar sobre las espaldas de los nuevos inocentes. Se dice de los servicios secretos israelíes que son la admiración del mundo entero. Pero ¿qué es una democracia cuya política se confunde con la acción de sus servicios secretos? Todos éstos se llaman Abou, declara un oficial israelí tras el asesinato de Abou Jihad. ¿Recordamos aquellas voces sanguinarias que gritaban: “Todos éstos se llaman Levy”...?
¿Cómo acabará Israel con los territorios anexionados, con los territorios ocupados, con los colonos y las colonias, con sus rabinos enloquecidos? Ocupación, ocupación infinita: las piedras arrojadas vienen de dentro, vienen del pueblo palestino para recordar que, en un lugar del mundo, aunque sea muy pequeño, la deuda se ha subvertido. Lo que los palestinos arrojan son sus propias piedras, las piedras vivas de su país. Nadie puede pagar una deuda mediante asesinatos ―uno, dos, tres, siete, diez cada día― ni entendiéndose con terceros. Los terceros se desentienden, cada muerto llama a los vivos, y los palestinos han entrado en el alma de Israel, ocupan esa alma como quien la sondea y la taladra día tras día.
Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.
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