Errante y desposeído palestino, Mahmud Darwix (1941) demuestra con este libro que nuestros hábitos etnocéntricos excavan alrededor tristes y penosas fosas de ignorancia. Pues resulta que El fénix mortal, su penúltimo libro, nos recuerda algo que es esencial a la poesía y que consiste en establecer fáciles y cómodos puentes entre ámbitos culturales habitualmente alejados entre sí gracias a su milagrosa capacidad de recrear las esencias humanas sin compromisos de ninguna clase con las imposturas políticas o de cualquier otro tipo.
Y eso además ocurre con un poeta como éste, comprometido intensamente con la causa palestina desde puestos de responsabilidad en su día o desde otra clase de compromiso hoy, tal vez más significativo y determinante para el arte: el de de quien conoce de sobra la memoria de su patria real y la erige en posible guía de esperanzadas reconstrucciones (resurrecciones habría que decir con el lenguaje grávido de sus poemas).
Darwix es un poeta dueño de una expresividad poderosamente seductora, tal como puede percibirse en esta traducción, donde se oye a un poeta solvente, nada trivial ni aparatosamente hipotecado por la carga denunciativa de sus poemas. Surgidos de un contexto de crueles enfrentamientos y más crueles aún despojamientos, estos poemas se alimentan sin duda de esas resonancias, pero no lo hacen desde una pobre intensidad emocional, sino, al contrario, desde una compleja red de asociaciones ancestrales —la Biblia, el Corán, Egipto y esa especie de decisivo aire de leyenda captado desde una especie de insaciable amor rememorativo— y símbolos insertos en tramas verosímiles que los hacen fuertes como poemas y sólidos como testimonios.
Por eso Darwix construye elaboradas, paralelísticas y densas secuencias que apelan a la historia, sin duda, pero también a ese otro horizonte humano menos circunstanciado, que conduce al exilio o al desarraigo perpetuos (y de ahí las más que evidentes relaciones que mantiene su poesía con la de Yeats o Brodsky) y al correspondiente deseo opuesto de tener un lugar definitivo y fijo al que volver, un paisaje sensualmente reconocible, hecho esencial memoria y querido como tal, y devuelto a una especie de nueva vida simbólica de la que nacen en buena medida la fuerza de estos poemas necesarios.
El País, 2/12/00
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29/6/08
12/6/08
El olor del pan. Reseña de “Poesía escogida (1966-2005)”, por Ángel Rupérez
El despojamiento que significa ser expulsado de la casa materna no consigue, no obstante, destruir los fundamentos más esenciales de la existencia, lo cual quiere decir que ninguna clase de violencia hace desaparecer las más acendradas posesiones que habitan en un ser imbuido del más refinado conocimiento sensitivo del mundo. Darwix protege esa fortaleza con orgullosa elevación y sus poemas rescatan un fundamental acto celebrativo que significa dotar de esencialidad perdurable a los escenarios usurpados pero no por ello abandonados a los usurpadores. El lirismo que nutre estos poemas tiene una raíz esencialmente nostálgica porque alude siempre a una rememoración dolorida y ansiosa pero, a la vez, tiene la perentoriedad de lo verdaderamente conocido y poseído, y por ello mismo indestructible. El presente se abre en ellos al mismo tiempo que un pasado lejano, y ambos se alían para elevar el olor del pan de la infancia a una categoría de metafísica esencialidad y superviviente temporalidad.
El País, 1/03/08
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El País, 1/03/08
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