(...) La palabra inspirada que posee, o le llega, al poeta como un don la divisamos nada más entreabrir el libro que tenemos entre las manos. Esta experiencia sugerente de abrir un libro y encontrarnos con la poesía, libre de construcciones premeditadas o de artificios engañosos, la vivimos siempre ante Mahmud Darwix (Birwa, Palestina, 1941-Houston, EE.UU, 2008). (...)
En este libro —el último que escribió— sentimos al ser humano en su máxima expresión; no sólo porque la muerte es algo que acecha en los últimos versos, sino porque el final terrible desencadena las preguntas decisivas; unas veces con dramatismo; otras, con ironía o un lirismo tierno que revela, junto a una voz contemporánea, la mejor tradición árabe, y que la traductora salva muy bien.
Antes de sumergirnos en la lectura, encontramos desveladas las claves del libro con un gran poder de síntesis en las ocho partes de que se compone: “Tú”, “Él”, “Yo”, “Ella” y las cuatro secciones de “Exilio”. Las dos primeras nos remiten a la humanidad en general. El poeta habla por los demás, por todos. En la segunda, hay una mayor presencia del entorno y circunstancias del poeta, y ese “Ella” nos remite al amor, de significación vidriosa, pues parece que amor y desamor, plenitud y amargura, ausencias y presencias, contienden en este libro por medio de anécdotas sencillas a las que sin embargo les arranca una gran tensión lírica. Las cuatro secciones de “Exilio” remiten directamente a la situación extremada del desarraigo social, máxime en un país tan distinto al de la tierra del poeta, aún sumergida en crisis y en guerras seculares. (...)
Surge la plenitud última del último amor, a través de la resonancia bíblica (“¡El amor es fuerte como la muerte!”), o de visiones del mundo cercanas a las de Cavafis (“no veremos / acercarse a los bárbaros”) o a un sabio panteísmo que me recuerda el del Pessoa de Caeiro (“El sol se ríe de nuestras bobadas”). El poeta, como debe ser, le ha dado la vuelta a la realidad; ha trascendido la realidad engañosa para ver, más allá de la muerte que acecha, la verdadera. Logra alcanzar así la palabra que salva. A veces, con poemas sobrecogedores (“No conozco a este hombre”, “No duermo para soñar”.) El grito final del libro es duro (“¡Adiós / adiós, poesía del dolor!”), pero sabemos muy bien que, antes, hombre y poeta han cumplido su misión, han dado con la palabra sabia: la que sana, y le salva, y nos salva; sabe muy bien que “lo que no se cante ahora, /esta mañana, / nunca se cantará”.
El Mundo, 9/10/09 Mahmud Darwish
9/10/09
Reseña de “Como la flor del almendro o allende”, por Antonio Colinas
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