«LA VIDA ESTÁ EN OTRA PARTE»
Los cardiacos, en la Corniche Al-Manara, no vuelven mucho la cabeza, pasan deprisa con el abrigo abotonado hasta arriba, sin pararse con nadie. Es una señal de la herida borrada de sus pechos, de que el cuerpo que se la ha tragado no está tranquilo. Temer no temen que salga de sus vidas, es el secreto que aún yace en el centro, tal vez el sentido anodino de sus rondas vespertinas.
Los cardiacos que van de acá para allá por la Corniche no vuelven mucho la cabeza. Quieren que la gente aprecie el vigor de sus pies: alzan sus zapatillas deportivas y vencen a cada paso a sus corazones traicioneros y los pisotean. Llevan de acá para allá la herida que es signo de su victoria, llevan su vida y la vencen de acá para allá. Estiran la vejez y la enfermedad por segunda vez, conscientes de que la vida está «en otra parte». Tal vez esté beoda y sea impotente, tal vez sea una mazorca de maíz tostada o una palmera vieja. Van de acá para allá y la piedra que se agranda en la pierna cae de la pierna, y el destino al que dan un puntapié se cumple otro día.
UN BILLETE
¿De qué me azoro ante la puerta de Brandeburgo? Pienso que debería tener un detalle con la Historia, que una herida en el pecho bastaría, pero no es cosa de enseñársela al conductor. De lo que debería avergonzarme es de haber subido al vagón y haberme sentado sintiéndome en falta, como si no tuviera billete. ¿Y si finjo que todo esto es incomprensible en mi lengua? ¿O me zafo del asunto palpándome el billete en el bolsillo y le entrego mi apuro al revisor?
Traducción de Luz Gómez García
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