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Las chumberas
Las chumberas que flanquean la entrada de los pueblos han sido siempre las guardianas de los signos. Cuando éramos niños, hace unos minutos, las chumberas nos indicaban el camino. Por eso nos quedábamos hasta tarde fuera, en compañía de los chacales y de las estrellas. Por eso escondíamos las pequeñeces que sisábamos —un dátil, un higo seco, un cuaderno— en sus alcobas de espinas. Cuando crecimos, sin saber cómo ni cuándo, sus flores amarillas nos incitaron a abordar a las chicas que iban a la fuente risueña, y nos jactábamos de las espinas que se nos clavaban en las manos. Cuando la flor se ajó y el fruto brotó, las chumberas se mostraron incapaces de repeler las armas del ejército asesino. Pero siguieron siendo las guardianas de los signos: allí, detrás de las chumberas, hay casas enterradas vivas, y reinos, reinos de recuerdos, y una vida que aguarda a un poeta que no se recree en las ruinas, a menos que el poema lo exija.
Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)
Traducción de Luz Gómez García
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