Mahmud Darwix abrió su última lectura de poemas, el 1 de julio en Ramala, con un poema reciente que comienza: “Quién soy yo para deciros”. En él recorría su vida, una vida palestina, y se interrogaba acerca del sentido de su palabra, en el tiempo y en la vida de la actual Palestina demediada. La ironía latía en sus palabras, también la humildad y la lucidez de quien se sabe cercado por el final y ensalza la fuerza del comienzo: “Viva la vida”, era la conclusión del poema.
Darwix se ha calificado a sí mismo en varias ocasiones como un poeta troyano, esto es, como el poeta que Troya tuvo pero del que nada quedó en la historia, el cantor de una tragedia que sería borrada. Su gente le eligió para este papel, y él se sintió honrado por ello y siempre quiso cumplir. Pero tuvo claro también que las necesidades poéticas eran superiores a la coyuntura política, que la poesía busca lo universal y que sólo así cumple con el lector. Adorado en todo el mundo árabe, que siempre esperaba de él la poesía que ya conocía, Darwix se empeñaba en un cambio continuo de carácter cualitativo que tenía a la musicalidad y la estructura del poema como condiciones primeras.
Quizá el sentido último de su obra sea la recreación o creación del espacio vital, de la historia material y cultural palestinas, en oposición a los constructos israelíes basados en una historia legendaria, lo cual va precisamente ligado a la celebración de la vida y a la obligación moral de resistir para dignificarla.
Aquel día en Ramala charlamos del futuro, de sus nuevos libros en España, de su admirado al-Mutanabbi, el gran clásico árabe, al que tanto se ha parecido su vida, por carisma y amplitud poética, del vino, como siempre, y de sus tristes días en la escuela de Kafr Yasif, en su Galilea natal, tras la Nakba (el Desastre palestino de 1948).
Me dijo que se iba a Houston, y le deseé suerte.
El País, 10/8/08
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1 comentario:
Estupendo blog, Luz.
Estupendas tus traducciones.
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