Rescatamos este texto de 1994, en el que Edward Said presenta a Mahmud Darwix al público norteamericano. Ofrece contrastes curiosos: tan pronto es didáctico y se dirige al lego como se lanza a un veloz análisis saidiano.
Me encontré con Mahmud Darwix por primera vez en 1974, y desde entonces hemos sido grandes amigos. Dirige al-Karmel, una revista cuatrimestral de temas literarios y culturales que se edita en Chipre y que ha publicado varios de mis ensayos. Aunque no nos hemos visto demasiado, estamos en contacto frecuente por teléfono. Darwix lee inglés y francés pero no habla con fluidez ninguna de estas lenguas, a pesar de que ha vivido en Francia casi una década. Su medio emocional y estético sigue siendo árabe y en menor medida (por razones obvias) israelí. A pesar de su ironía a veces mordaz y de que no vive ni en Palestina ni en Israel, es una presencia determinante en la vida de las dos naciones. Tiene un público inmenso en todo el Mundo Árabe (en 1977 ya se habían vendido más de un millón de ejemplares de sus libros), no sólo entre los palestinos, y eso que está lejos de ser un personaje populista. En Israel, se le sigue con atención debido a su estrecha relación con el Comité Ejecutivo de la OLP. Hasta tal punto su palabra alcanza al público del otro lado que, hace muy pocos años, uno de sus poemas, que expresaba un punto de vista ácido y airado acerca de Israel, fue motivo de discusión en la Kneset. Ninguna otra figura intelectual palestina ―ni siquiera el novelista Emil Habibi, que ganó el Premio Israel de las Letras en 1992, y al que Darwix condenó por aceptarlo― tiene una influencia comparable.
En Darwix, lo personal y lo público siempre guardan una tensa relación: la fuerza y la pasión que en él tiene lo personal casan mal con los requerimientos de la corrección política y el activismo que exige la actuación pública. Pero siendo como es un escritor concienzudo y meticuloso, Darwix es a la vez un poeta-artista de un tipo que tiene pocos equivalentes en Occidente. Tiene un estilo sorprendentemente personal y sugestivo que provoca una respuesta inmediata de la audiencia. Sólo unos pocos poetas occidentales ―Yeats, Walcott, Ginsberg― poseen la irresistible y rara combinación de un estilo que encandila al público y una profundidad, incluso un hermetismo, que refleja un universo sentimental exclusivo. Como éstos, también Darwix posee un gran virtuosismo técnico: se sirve de la incomparablemente rica tradición prosódica árabe de manera siempre innovadora, lo cual le permite algo bastante excepcional en la poesía árabe moderna, a saber: poseer a la vez un estilo virtuoso y un sentido poético depurado, a la postre simple a fuer de refinado. [...]
La poesía de Darwix no sólo es una puerta de inusual claridad a un universo alejado de lo convencional, sino que al mismo tiempo es una unión inextricable de poesía y memoria colectiva, que se presionan mutuamente. La paradoja se ahonda de manera casi insoportable cuando la intimidad del sueño se ve invadida o incluso violada por una realidad siniestra y amenazante que colapsa la inquietante dialéctica entre poesía y memoria colectiva, sin resolverla o trascenderla. Esta cualidad al límite y deliberadamente irresuelta de la más reciente poesía de Darwix la convierte en un ejemplo de lo que Adorno llamó late style, en el cual la estética convencional y la intangible, lo histórico y lo trascendental se combinan para proporcionar un sentido increíblemente concreto de más allá, en el que nadie ha vivido en la realidad.
Grand Street, nº 48, invierno 1994
Traducción de Luz Gómez García
14/8/08
Sobre Darwix, por Edward Said
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