A la mañana siguiente, tomas con ella su famoso café, cuyo olor ha difundido la canción que escribiste hace más de tres décadas, la segunda vez que estuviste en la cárcel.* Le preguntas: ¿Te gusta la canción? Sonríe pudorosa y todo lo que dice es: Dios esté satisfecho de ti. Te recuerda que has de ir, antes de que empiecen a llegar las visitas, a visitar la tumba de tu padre. Miras su fotografía colgada en la pared. Ahogas un suspiro de conmiseración por el paciente Job, al que la Nakba llevó de una existencia acomodada a la indigencia, y que se pasó la vida buscando pan y libros para ti y tus hermanos, en una lucha agotadora en la cantera. A diferencia de su padre, no se paraba a mirar el pasado feliz que le hacía señas desde los olivares y los campos de trigo, para que el derrotado y lo rapiñado no se encontraran. Cargaba sin subterfugios con el peso del presente, igual que un rey destronado incapaz de mirar su trono, para llevarte hacia el futuro: El futuro está ante ti, hijo mío, no mires mucho hacia atrás hasta que sean fuertes tu laúd y tu poema. Cuando tu laúd sea fuerte, te parecerá que eres padre de tu padre, y que la poesía es capaz de enmendar los destinos. Así que empezaste, a partir de los escombros que de ti quedaban y de los nombres de las plantas y los minerales, a construir una casa imaginaria, de modo que el lugar se asentara en su lugar y la vida regresara ¡a lo que se parecía a la vida!
Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)
Traducción de Luz Gómez García
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