Hace tiempo que debería haber comprendido por qué no soporto tener las obras completas de Darwish en mi biblioteca. Los escalones de la casa están desgastados, sí, pero son acogedores. El color de la pintura está desvaído, aunque no es uno de esos verdes insulsos. Las niñas pequeñas de los vecinos desafinan a la hora de la siesta, aunque huyen cuando despierto. Aun así, no es sino el libro de Darwish lo que me irrita, con su media sonrisa marchita en la portada, sus gafas impasibles y su cabello perfectamente liso, como sin nada, con su indiferencia hacia mí como poeta y dueño de esta casa. Me irrita su prominente presencia en el estante, como si estuviera ahí para que mis amigos no insinúen que le tengo envidia. Es, además, el libro más voluminoso de toda la biblioteca, lo que deja a La gitana de Khaled Juma, por ejemplo, en una invitación de boda. Pero todo esto no se puede comparar con mi enfado cuando la mariposa ignora el resto de la biblioteca y se posa en el borde de su libro para aplaudirle.
Nasser Rabah, Gaza: el poema hizo su parte, trad. Alberto López Oliva, Ediciones del Oriente y el Mediterráneo (2025, en prensa).
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