22/1/10

El conflicto, por Elias Sanbar

Los años de exilio son largos. Abocan a los exiliados, que a su manera son nómadas, a hacerse preguntas enojosas para los sedentarios. Les enseñan también a reírse de sí mismos.

Mahmud Darwix es amigo mío. Y esta noche en Jerusalén, en el primer piso de una casa de piedra, le doy vueltas a una de nuestras conversaciones.

-¿A qué nos dedicaremos cuando seamos viejos?

-Nos sentaremos junto a una higuera, en el patio de una casa, en Palestina.

-¿Te das cuenta de que la gente normal responde a este tipo de preguntas describiendo una actividad, y que tú has descrito un lugar? Yo te he preguntado qué haremos y tú has entendido dónde estaremos...

-Es cierto. Pero puedo añadir que nos pondremos por norma conversar sólo de banalidades. Hablaremos del tiempo y de las nubes que pasan.

-¿Y qué responderás a quienes te pregunten por el daño que te ha hecho el sionismo?

-Ha encerrado mi vida, la ha vuelto prisionera, la ha encadenado a una única cuestión, condenado a un único asunto: este conflicto.

Elias Sanbar, Le pays à venir, Paris, Éditions de l'Olivier, 1996

Traducción de Jorge Gimeno

10/1/10

La astucia de la metáfora

Metafóricamente digo: He vencido.
Metafóricamente digo: He perdido...
Y un valle hondo se extiende ante mí
y yo me tiendo sobre las encinas que quedan...
Hay dos olivos
que convergen en mí desde tres direcciones
y dos pájaros que me llevan
en la dirección libre
de apogeo y abismo.
No sea que diga: He vencido.
No sea que diga: ¡He perdido la apuesta!

Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

4/1/10

Tienes un sueño anterior a la poesía

Nosotros no necesitábamos la mitología más que para explicar la relación entre la luna y el ciclo menstrual, entre el sol y el paso de las estaciones, para llenar de magia las charlas de las largas noches de invierno, o para enseñar a las bestias a obedecer a un canturreo.

Guarda bien en tu memoria esta noche de dolor. Puede que un día tú seas el rapsoda, la rapsodia y los rapsodiados, no olvides este estrecho y sinuoso camino que te porta y tú portas hacia una turbulencia desconocida y que os arrojará, a ti y a los tuyos, en manos de lo incierto.

Preguntas: ¿Qué significa “refugiado”?
Te dirán: Es aquel al que arrancan de la tierra de la patria.
Preguntas: ¿Y qué significa “patria”?
Te dirán: Es la casa, la morera, el gallinero, las colmenas, el olor del pan, y el primer cielo.
Y tú preguntas: ¿En una palabra tan corta caben tantas cosas... y no cabemos nosotros?

Aprisa creciste bajo el efecto de las grandes palabras, en el borde entre un mundo en derrumbe a tus espaldas y un mundo todavía informe ante ti... un mundo semejante a la piedra perdida de un juego de azar. Te preguntabas: ¿Quién soy? Y no sabías cómo definirte. Seguías siendo un crío ante una pregunta que confundía a los filósofos. Pero la ardua pregunta sobre la identidad persuadió a la mariposa de que tenía que volar.

Te aislaste en una roca apartada frente al mar libanés. Llorabas como un pequeño príncipe destronado de su infancia antes de que le hubieran inculcado la ciencia del buen sentido y los conocimientos de geografía necesarios para distinguir entre “aquí” y “allí”.

¡Maaaar, maaaar!... No conseguías articular bien tu grito. La letra “a” acostumbraba a la garganta al picor de la sal: ¡Maaaar, maaaar! Llorabas —un poco de sal se te había metido en los ojos— y hacia el final el grito se aclaraba: ¡Maaaar, maaaar!... Llévame allí.

Un pájaro blanco se llega a ti, un ave marina, mágica, que suave desciende y pliega sus alas y te arropa como a una de sus crías y alza el vuelo, bajo, y ya no sabes si eres pájaro o algo por el estilo. Sobrevoláis la accidentada costa que oscila entre el azul y el verde, y sin dolor aterrizáis en el patio de tu casa, erguida en lo alto de la colina como una madre. La ventana sigue abierta. El pájaro blanco abre suave las alas sobre tu cama, y te duermes ligero como en una nube, pero un vozarrón te despierta: ¿Qué haces aquí, tontaina? ¿Cómo te has quedado dormido en esta roca perdida a la orilla del mar, en una noche como ésta? ¿No tienes casa ni familia? Y caes en la cuenta de que has estado soñando.

Tienes un sueño anterior a la poesía, radiante
y un grito anterior al ritmo, marino
como si esta noche
se retirara a solas el creador con lo creado:
Sé dueño de tus señas desde ahora;
hijo mío, tienes un sueño,
¡suéñalo durante cuanta noche te convenga! Sé parte de él
y sueña que hallas ¡el paraíso en su sitio!

Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)

Traducción de Luz Gómez García