25/6/10

Prólogo a "Bajo la Ocupación. Relatos palestinos", por José Saramago

Pronto se cumplirán cien años de una revolución que, el 5 de octubre de 1910, derribó en Portugal la vieja y caduca monarquía para proclamar una república que, entre aciertos y yerros, entre promesas y malogros, pasando por los sufrimientos y humillaciones de casi cincuenta años de dictadura fascista, sobrevive hasta estos días. Durante los enfrentamientos, los muertos, militares y civiles, fueron 76, los heridos 364. Una gota de agua si lo comparamos con el martirio del pueblo palestino, con sus centenas de millares de muertos y heridos víctimas de las balas, las granadas y las torturas de las fuerzas armadas y de seguridad israelíes. Pero en aquella revolución de un pequeño país situado en el extremo occidental de Europa, sobre la que el polvo de un siglo se ha asentado, sucedió algo que mi memoria, memoria de lecturas antiguas, ha guardado y que no me resisto a evocar en el umbral de este breve prólogo como una rosa roja más colocada al lado de las rosas rojas de que habla uno de los cuentos de este libro. Herido de muerte, un revolucionario civil agonizaba en la calle, junto a un edificio de la plaza principal de Lisboa. Estaba solo, sabía que no tenía posibilidades de salvación, ninguna ambulancia se atrevería a recogerlo, pues el fuego cruzado impedía la llegada de socorro. Entonces ese hombre humilde, cuyo nombre no ha registrado la historia, con unos dedos que temblaban, casi desfallecido, trazó en la pared, según pudo, con su propia sangre, con la sangre que corría de las heridas, estas palabras: “Viva la República”. Escribió república y murió, y fue como si hubiera escrito esperanza, futuro, paz. No tenía otro testamento, no dejaba riquezas en el mundo, sólo una palabra que para él, en aquél momento, significaba tal vez dignidad, eso que no se vende ni se deja comprar, y que es en el ser humano el grado supremo.

Los cuentos reunidos en esta antología también están escritos con sangre. Con la sangre de los miles de hombres y de mujeres que se han sacrificado por la esperanza imperecedera de una tierra y de una patria palestinas, con la sangre viva de las mujeres y de los hombres de hoy presentes en estas páginas, documentos de alta calidad literaria y al mismo tiempo testimonios inolvidables de la fuerza moral de un pueblo. Lo que para muchas personas es el enigma de la asombrosa resistencia de los palestinos durante generaciones encuentra en estos cuentos la mejor respuesta.

Traducción de Pilar del Río

AAVV: Bajo la Ocupación. Relatos palestinos, prólogo de José Saramago, edición de Luz Gómez García, traducción de VVAA, Málaga, Diputación de Málaga, 2003

19/6/10

Mahmud Darwix, por José Saramago

Hoy, en la muerte de José Saramago, recuperamos este texto que el maestro portugués dedicó a Mahmud Darwix en su blog el pasado 1 de abril de 2009.

El próximo día 9 de Agosto se cumplirá un año de la muerte de Mahmud Darwix, el gran poeta palestino. Si fuese nuestro mundo un poco más sensible e inteligente, más atento a la grandeza casi sublime de algunas de las vidas que en él se generan, su nombre seria hoy tan conocido y admirado como lo fue, en vida, por ejemplo, el de Pablo Neruda. Enraizados en la vida, en los sufrimientos y en las inmortales esperanzas del pueblo palestino, los poemas de Darwix, de una belleza formal que frecuentemente roza la transcendencia de lo inefable en una simple palabra, son como un diario donde van siendo registrados, paso a paso, lágrima a lágrima, los desastres, también las escasas, aunque siempre profundas alegrías, de un pueblo cuyo martirio, pasados sesenta años, todavía no parece que se anuncie su fin. Leer a Mahmud Darwix, además de una experiencia estética que será imposible olvidar, es hacer un doloroso recorrido por las rutas de la injusticia y de la ignominia de que la tierra palestina ha sido víctima a manos de Israel, ese verdugo de quien el escritor israelí David Grossmann, en hora de sinceridad, dijo que no conocía la compasión.

Hoy, en la biblioteca, he leído poemas de Mahmud Darwix para un documental que será presentado en Ramala en el aniversario de su muerte. Estoy invitado a estar allí, veremos si es posible que pueda hacer ese viaje, que ciertamente no sería grato para la policía israelí. Recordaría entonces, justo en el mismo lugar, el abrazo fraterno que nos dimos hace siete años, las palabras que intercambiamos y que nunca más pudimos renovar. A veces, la vida quita con una mano lo que nos había dado con la otra. Así me sucedió con Mahmud Darwix.

13/6/10

Gaza, ciudad del valor y de la miseria

En la oscuridad, entramos, o nos infiltramos, en Gaza. Te dejé caminar delante de mí, y me hice cargo de tu imaginación. Eres incapaz de evitar que sucumba ante la cruda realidad. Veo cómo escondes la cara a las cámaras que se afanan en captar la euforia del que vuelve, en fotografiar las palabras preparadas para denostar el exilio. Dices: Aquí estoy aunque no he llegado, he venido aunque no he vuelto. No mientes a nadie, ni a ti mismo, la ocasión no es para andarse con celebraciones. Gaza aún no se ha repuesto. La destrucción de la Ocupación ha llegado a sus entrañas. Si no sueñas que hay algo más allá, en tu lengua el mar se quedará sin pescadores. En semejante noche, descuartizada por los puestos de control, las colonias y las torretas de vigilancia, el hombre precisa de una geografía nueva para saber dónde está la frontera entre un paso y el siguiente, entre lo prohibido y lo permitido, tan difícil como distinguir lo claro y lo oscuro en los Acuerdos de Oslo.

Te duermes al final de la noche, con la ayuda de un tranquilizante. Cuando te despiertas, necesitas cierto tiempo para convencerte de que estás en Gaza, a la que rápidamente has apodado «la ciudad del valor y de la miseria». En medio de una tórrida mañana, vas, con amigos que han vuelto, a visitar los campamentos de refugiados. Camináis con dificultad por las callejuelas, y te avergüenzas de la mera ida del agua y la limpieza. No crees, nunca lo has creído, que las bolsas de miseria justifiquen la insistencia en el derecho al retorno. Pero recuerdas lo que más te valdría olvidar: la mala conciencia del mundo. Respiras las teorías del progreso y el avance de la historia, que quizá han devuelto a la humanidad a las cavernas. Te privas, por realismo, del suero del optimismo y el entusiasmo, que sustituyes por una pastilla contra la hipertensión. Dices: Si un día pienso otra cosa, echaré mi conciencia a los gatos.

Te preguntas: ¿Qué argucia legal o lingüística puede formular un tratado de paz y buena vecindad entre un palacio y una choza, entre un carcelero y un preso? Y caminas por las callejuelas sintiendo vergüenza de todo: de tu ropa planchada, del esteticismo de la poesía, de la abstracción de la música, de un pasaporte que te brinda la posibilidad de viajar por el mundo. Te duele demasiado estar consciente. Regresas a la Gaza que está más allá de los campamentos y de los refugiados, recelosa de los que han vuelto,* y no sabes en qué Gaza estás. Y dices:

Aquí estoy pero no he llegado.
He venido ¡pero no he vuelto!

* A partir de 1994, con la creación de la Autoridad Palestina en Gaza, buena parte de la cúpula de la OLP se instaló en la Franja, de vuelta del exilio.

Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)

Traducción de Luz Gómez García

7/6/10

Larissa Sansour: A Space Exodus (2008)

“One small step for a Palestinian, one giant leap for mankind.” Casi todo lo que puede decirse sobre el proceso de paz y sobre lo que el mundo (quienes lo rigen) espera de Palestina y los palestinos, está dicho en este vídeo de Larissa Sansour. Como en todas sus obras, la visión es irónica y poética. Lástima que por la Red no circule más que esta versión reducida. Se pudo ver entero en la exposición Palestine: la Création dans tous ses états, que se celebró del 23 de junio al 22 de noviembre de 2009 en el Institut du Monde Arabe, en París.

1/6/10

La niña / el grito

En la orilla del mar hay una niña. La niña tiene una familia.
La familia una casa. La casa, dos ventanas y una puerta...
En el mar hay un acorazado que se entretiene
cazando a los paseantes de la orilla:
cuatro, cinco, siete
caen en la arena. La niña se salva por poco.
Una mano de niebla,
cierta mano divina, acude en su auxilio. Ella llama: ¡Papá,
papá! ¡Levanta, vamos, que el mar no es para nosotros!
No responde su padre, caído sobre su sombra
a merced de la ausencia.

Sangre en las palmeras, sangre en las nubes.

La lleva su voz en volandas, la alza y aleja
de la orilla. Ella grita en la noche desierta.
El eco no tiene eco. Ella
se convierte en el grito eterno
de una noticia urgente, que deja de ser urgente
cuando
vuelven los aviones y bombardean una casa
¡con dos ventanas y una puerta!

Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García