16/12/08

Boulevard Saint-Germain

Me dice George Steiner: El poeta ha de ser huésped... Yo le digo: ¡Y hospedero!

Las hojas secas, caídas de un árbol que se desnuda, son palabras en busca de un poeta hábil que las devuelva a las ramas.

Cada vez que el ritmo se esconde en la imagen, la música se hace compañera de la idea.

Sentado con Peter Brook, los pájaros de Aristófanes y de Farid al-Din al-Attar sobrevuelan nuestras cabezas en un viaje compartido hacia los límites del significado.

¿Exilio? El visitante lo añora: es la excursión del pájaro en un viaje en el que nadie pregunta: ¿Cómo te llamas? ¿Qué quieres?

En el autobús, miro la acera, y me veo sentado en la parada ¡esperando el autobús!

Fingir una difícil neutralidad, en el poema y la novela, es el único delito moral que se perdona.

Romper el ritmo, de vez en cuando, es una necesidad rítmica.

Dejo el otro lado de mi vida donde quiere quedarse. Y sigo a lo que queda de mi vida en busca de su otro lado.

Mis sensaciones brincan ante mí, llevan paraguas y caminan bajo la lluvia. Mis sensaciones son un hecho externo como la lluvia.

El viento de otoño barre la calle y me enseña el arte de reducir. De reducir lo que se escribe.

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

11/12/08

Los indios de Palestina, por Gilles Deleuze y Elias Sanbar

Transcribimos un fragmento de una conversación entre el filósofo francés Gilles Deleuze y el historiador palestino (y traductor de Mahmud Darwix al francés) Elias Sanbar. Se publicó en el diario Libération el 8-9 de mayo de 1982.
Hoy, el Muro, que desmiembra y aísla Cisjordania, y la reserva de Gaza, dan fe de la continuidad sistemática de la política israelí de usurpación y negación del Otro.

Gilles Deleuze. [...] Los palestinos no están en la situación de otros pueblos colonizados, sino que han sido evacuados, desterrados. Tú insistes, en el libro que estás preparando [Palestine 1948, l’expulsion], en la comparación con los pieles rojas. En el capitalismo se dan dos movimientos muy diferentes. A veces se trata de mantener a un pueblo en su territorio, hacerle trabajar, explotarlo para acumular un excedente: lo que suele llamarse una colonia; otras veces se trata de lo contrario, de vaciar un territorio de su pueblo para dar un salto adelante, aunque tenga que importarse mano de obra del extranjero. La historia del sionismo y de Israel, como la de América, tiene que ver con esto último: ¿cómo crear un vacío, cómo evacuar a un pueblo? [...]

Elias Sanbar. Somos unos expulsados peculiares porque no nos han desplazado a tierra extranjera sino hacia la prolongación de nuestro hogar. Se nos ha desplazado a tierra árabe, donde no solamente nadie piensa en que nos disolvamos sino que esta mera idea les parece una aberración. Me refiero, en este punto, a la inmensa hipocresía de algunas afirmaciones de Israel que reprochan al resto de los árabes el no habernos “integrado”, cosa que en el lenguaje israelí significa “hecho desaparecer”... Quienes nos han expulsado han comenzado súbitamente a preocuparse por cierto racismo árabe contra nosotros. ¿Significa esto que no debemos afrontar las contradicciones de ciertos países árabes? Desde luego que no, pero estos enfrentamientos no procedían en absoluto del hecho de que fuéramos árabes, eran casi inevitables porque éramos y somos una revolución armada. Somos algo así como los pieles rojas de los colonos judíos de Palestina. A sus ojos, nuestra única función consistiría en desaparecer. En este sentido, es cierto que la historia del establecimiento de Israel es una repetición del proceso que dio lugar al nacimiento de los Estados Unidos de América. [...]

El movimiento sionista no movilizó a la comunidad judía de Palestina en torno a la idea de que los palestinos iban a marcharse en algún momento, sino en torno a la idea de que el país estaba “vacío”. Desde luego, hubo algunos que, al llegar, constataron lo contrario y así lo escribieron. Pero el grueso de esta comunidad funcionaba teniendo en frente a unas personas a quienes frecuentaba a diario físicamente, pero como si no estuviesen allí. Esta ceguera no era física, nadie podía engañarse en primera instancia, todo el mundo sabía que aquel pueblo allí presente estaba “en trance de desaparición”, todo el mundo se daba cuenta también de que, para que esa desaparición pudiera llevarse a cabo, hacía falta funcionar desde el principio como si ya hubiese ocurrido, es decir, “no viendo” nunca la existencia de los otros, que sin embargo estaban más que presentes. Para tener éxito, el vaciamiento del territorio debía partir de una aniquilación “del otro” en la propia mente de los colonos.

Para alcanzar ese resultado, el movimiento sionista apostó fuerte a una visión racista que hacía del judaísmo la base misma de la expulsión, del rechazo del otro. Recibió una ayuda decisiva de las persecuciones europeas que, emprendidas por otros racistas, le permitían encontrar una confirmación de su propio enfoque.

Creemos, además, que el sionismo ha aprisionado a los judíos y los mantiene cautivos de esta visión que acabo de describir. Digo intencionadamente que les mantiene cautivos y no que les ha mantenido cautivos en cierto momento. Digo esto porque, pasado el holocausto, su punto de vista ha evolucionado y se ha convertido en un seudoprincipio “eterno” que exige que los judíos sean en todo lugar y en todo tiempo el Otro de las sociedades en que viven.

Ahora bien, no hay ningún pueblo, ninguna comunidad que pueda aspirar ―afortunadamente para ellos― a ocupar inmutablemente esta posición del “Otro” rechazado y maldito.

Hoy día, el Otro del Oriente Próximo es el árabe, el palestino. Y es a este Otro constantemente amenazado con desaparecer al que las potencias occidentales, derrochando hipocresía y cinismo, piden garantías. Por el contrario, somos nosotros quienes necesitamos garantías contra la locura de las autoridades militares israelíes. [...]

Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.

6/12/08

No espera a nadie

No espera a nadie,
ni siente que a la existencia le falte nada:
ante él, un río gris como su abrigo,
la luz del sol llenando de placidez su corazón,
y altos los árboles /

Ni siente que al lugar le falte nada:
la silla de madera, su café, el vaso de agua,
gente desconocida, las cosas propias
de un café,
hasta los periódicos: las noticias de la víspera, y un mundo
que flota sobre los cadáveres, como de costumbre /

Ni siente que necesite una esperanza que le acompañe:
que lo desconocido verdee en el desierto
o a cierto lobo le pierda una guitarra.
No espera nada, ni siquiera por sorpresa,
y nunca se repetiría... Conozco
el final desde el primer paso
―se dice―, no me he distanciado de un mundo,
ni aproximado a un mundo.

No espera a nadie... ni siente que a sus sensaciones
les falte nada: el otoño sigue siendo su fonda regia,
le seduce con una música que le devuelve la edad de oro de la Nahda...
y la poesía que rima con el firmamento y el horizonte.

No espera a nadie ante el río /

En la no espera empariento con el gorrión,
en la no espera soy un río ―dice―.
No soy duro conmigo mismo,
ni soy duro con nadie
porque me zafe de una pregunta embarazosa:
¿Qué quieres?
¿Qué quieres?

De Como la flor del almendro o allende (Ka-zahr al-lauz au abd, Beirut, Riad El-Rayyes, 2005)

Traducción de Luz Gómez García

27/11/08

Ojalá se nos envidie

A esa mujer que camina deprisa, con una manta de lana y un cántaro por corona... que arrastra de la mano derecha a un niño y de la izquierda a la hermana de éste. Que detrás lleva un rebaño de cabras asustadas. A esa mujer que huye de un angosto escenario de guerra a un campamento de refugiados desconocido... la conozco desde hace sesenta años. Es mi madre, que me dejó olvidado en un cruce de caminos, con una cesta de pan reseco, una vela y una caja de cerillas estropeadas por el rocío.

A esa mujer que ahora veo en la foto de la pantalla a color del móvil... la conozco muy bien desde hace cuarenta años. Es mi hermana, que completa los pasos de su madre ―mi madre de camino al desierto: huye de un angosto escenario de guerra a un campamento de refugiados desconocido.

A esa mujer que veré mañana en el mismo escenario, la conozco también. Es mi hija, a la que he abandonado en mitad de los poemas para que aprenda a andar y eche a volar hacia lo que hay detrás del escenario. Ojalá cause la admiración de los espectadores y la desilusión de los cazadores. Y mira por dónde, un amigo astuto me dice: Es tiempo de que pasemos, si es que podemos, de un asunto por el que se nos compadece... ¡a uno por el que se nos envidie!

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

20/11/08

Las mujeres de Yébel Huséin, por Jean Genet

En el siguiente texto, de 1974, Jean Genet narra un episodio que dio pie a algunos pasajes centrales de sus obras de asunto palestino. El marco histórico es el Septiembre Negro (1970), durante el cual las tropas del rey Huséin masacraron a las milicias palestinas asentadas en Jordania.

La imagen primera y el tono me lo dieron cuatro mujeres palestinas en el barrio de Ammán denominado Yébel Huséin. Cuatro mujeres mayores, arrugadas, se acuclillaban en torno a un fuego apagado: dos o tres piedras renegridas y una tetera de aluminio abollada. Me invitaron a sentarme.
―¿Ves? Estamos en casa. ¿Quieres té? (Sonreían.)
―¿En casa?
―Sí. (Se rieron.) Sólo nos quedan las piedras para hacer fuego. Han quemado nuestras barracas.
―¿Quién?
―Huséin. Tú vienes de Francia. Se dice que tu país apoya a los árabes; pero ¿sabe tu país distinguir entre Huséin y los árabes?
Aquí las cuatro mujeres se enzarzaron en una disputa bastante animada acerca de la suerte que debía reservarse a Huséin. Pese a la desgracia, permanecían alegres, prestas al combate.
―¿Y los hombres?
―Nuestros hijos son fedayines en las montañas.
―¿Y los demás?
―Ahí.
Un índice puntiagudo perteneciente a una mano muy seca y muy bella me indicó un patinillo vecino.
―Están enterrados ahí.
Se trataba de viejos, de niños y mujeres. Una de aquellas mujeres me reprendió con dulzura cuando hablé de “campos de refugiados”.
―Querrás decir campos militares; ahora todo el mundo está armado y ha aprendido a luchar.
La posibilidad de revuelta entre las mujeres era quizá mayor que entre los hombres. Parecían disponer de sorprendentes reservas de acción, de discreción en la acción. Un día le dije a una palestina que las mujeres afrontaban quizá con más serenidad las posibilidades de la revolución.
―Nosotras ―me dijo riéndose― conocemos a los revolucionarios. Los hemos traído al mundo. Conocemos su fuerza, sus debilidades.
―O sea, que los amas.
Tenía unos cincuenta años. Sonreía.
―Los conozco porque los amo. ¿Tomas té o café?
Su hijo, su hija y su yerno eran: el primero fedayín de Fatah, los otros dos de Al Saika.
Ellas se dirigían, me parecía, más rápidamente a una solución clara.
H., veintidós años, me había presentado a su madre en Irbid. Era en Ramadán, a eso de la hora del almuerzo.
―Es francés. Nada francés y nada cristiano, no cree en Dios.
Ella me miró sonriendo. Sus ojos se tornaban cada vez más maliciosos.
―Entonces, puesto que no cree en Dios, habrá que darle de comer.
Nos preparó el almuerzo a su hijo y a mí.
Ella no comió hasta la noche.

Jean Genet, L’Ennemi déclaré. Textes et entretiens, ed. Albert Dichy, París, Gallimard, 1991.

Traducción de Jorge Gimeno

13/11/08

En un café, con el periódico

En un café, sentado con el periódico.
No, no estás solo. Tienes media copa vacía
y el sol llena la otra media...
Tras los cristales ves sin ser visto
a los que pasan presurosos (es uno de los atributos de lo invisible:
ver sin ser visto).
¡Eres libre, te han dado plantón en el café!
Nadie nota el efecto de la viola en ti,
nadie se percata de tu presencia o tu ausencia
o escruta en tu neblina cuando miras
a una muchacha y te deshaces...
¡Eres libre de poner orden en tu vida
en mitad del gentío, sin rendir cuentas a ti mismo
o al lector!
Dispón de ti como te plazca, quítate
la camisa o los zapatos si te apetece, te
han dado plantón, eres libre de fantasear, ni a tu nombre
ni a tu cara les cabe aquí cometido alguno. Sé
tú mismo... Ni amigos ni enemigos
controlan aquí tus recuerdos /
Busca una excusa para aquella que te ha dado plantón en el café,
acaso no te diste cuenta de su nuevo corte de pelo
o de las mariposas que bailaban en los hoyuelos de sus mejillas.
Y busca otra para aquellos que un día pidieron que
te mataran, por nada... sólo porque el día
en que te topaste con una estrella no moriste... y con su tinta
escribiste la primera canción...

En un café, sentado con el periódico,
olvidado en un rincón, nadie estropea
tu buen humor,
nadie piensa en matarte.
¡Estás solo, eres libre de fantasear!

De Como la flor del almendro o allende (Ka-zahr al-lauz au abd, Beirut, Riad El-Rayyes, 2005)

Traducción de Luz Gómez García

8/11/08

Las piedras, por Gilles Deleuze

Este texto se publicó por primera vez en la revista al-Karmel (nº 29, junio de 1988). Deleuze lo escribió al poco del estallido de la Primera Intifada en diciembre de 1987.

Europa no ha comenzado a pagar la deuda infinita que tenía con los judíos, pero se la ha hecho pagar a un pueblo inocente, los palestinos.

El estado de Israel lo construyeron los sionistas sobre el pasado reciente de su suplicio, el inolvidable horror europeo, pero también sobre el sufrimiento de este otro pueblo, sobre las piedras de este otro pueblo. El Irgún fue calificado como terrorista, no solamente porque hizo saltar por los aires el cuartel general inglés, sino porque destruía pueblos y aniquilaba poblaciones.

Los americanos no repararon en gasto para hacer de él toda una superproducción de Hollywood. Se suponía que el Estado de Israel se instalaba en una tierra vacía que desde mucho tiempo atrás aguardaba al antiguo pueblo hebreo entre los fantasmas de algunos árabes llegados de fuera, guardianes de las piedras dormidas. Se condenaba a los palestinos al olvido. Se les conminaba a reconocer jurídicamente al Estado de Israel, pero los israelíes no dejaban de negar el hecho concreto del pueblo palestino.

Desde el principio, este pueblo emprendió, solo, una guerra que aún no ha terminado para defender su propia tierra, sus propias piedras, su propia vida: de esta primera guerra no se habla, porque lo que importa es hacer creer que los palestinos son árabes llegados desde otros lugares y que, por tanto, pueden volver a ellos. ¿Quién desenmarañará todas estas Jordanias? ¿Quién dirá que entre un palestino y cualquier otro árabe existe un fuerte vínculo, pero no mayor que el que pueda haber entre dos países europeos? ¿Y qué palestino puede olvidar lo que otros árabes le han hecho pasar, no menos que los israelíes? ¿Cuál es el nudo de esta nueva deuda? Expulsados de su tierra, los palestinos se instalaron en un lugar desde donde al menos podían aún verla, conservando esa visión como un último contacto con su ser alucinado. Los israelíes nunca podían empujarlos lo suficientemente lejos, sumergirlos en la noche, en el olvido.

Destrucción de pueblos, dinamitado de casas, expulsiones, asesinatos de personas, una historia horrible volvía a empezar sobre las espaldas de los nuevos inocentes. Se dice de los servicios secretos israelíes que son la admiración del mundo entero. Pero ¿qué es una democracia cuya política se confunde con la acción de sus servicios secretos? Todos éstos se llaman Abou, declara un oficial israelí tras el asesinato de Abou Jihad. ¿Recordamos aquellas voces sanguinarias que gritaban: “Todos éstos se llaman Levy”...?

¿Cómo acabará Israel con los territorios anexionados, con los territorios ocupados, con los colonos y las colonias, con sus rabinos enloquecidos? Ocupación, ocupación infinita: las piedras arrojadas vienen de dentro, vienen del pueblo palestino para recordar que, en un lugar del mundo, aunque sea muy pequeño, la deuda se ha subvertido. Lo que los palestinos arrojan son sus propias piedras, las piedras vivas de su país. Nadie puede pagar una deuda mediante asesinatos ―uno, dos, tres, siete, diez cada día― ni entendiéndose con terceros. Los terceros se desentienden, cada muerto llama a los vivos, y los palestinos han entrado en el alma de Israel, ocupan esa alma como quien la sondea y la taladra día tras día.

Gilles Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995), traducción de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007.

5/11/08

Boulevard Saint-Germain: las hojas secas

/ Las hojas secas, caídas de un árbol que se desnuda, son palabras en busca de un poeta hábil que las devuelva a las ramas.

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

1/11/08

Las nupcias palestinas: Mahmud Darwix, por JMG Le Clézio

[...] La poesía de Mahmud Darwix no es una obra acomodaticia, destinada a gustar a los políticos. Es una epopeya, que acompaña la historia de sus hermanos de Galilea en el exilio y vibra con el diapasón de sus sufrimientos y de su esperanza. Se identifica totalmente con la historia de su pueblo, con este medio siglo de espera, de combate, de sueño, y sobre todo con su devenir, con su amor. Es la música que acompaña necesariamente a las nupcias místicas que no han cesado de celebrarse entre los hombres y esta tierra, entre el deseo y la memoria. Nupcias cuando Mohamed pone su mano morena en la palma roja de alheña de Fatima y recibe, él, el Príncipe de los Enamorados, a todas las muchachas, todas las azoteas de Haifa, las viñas y los setos de jazmín, pues se desposa con la patria.

La guerra es sólo un instante. La tierra es el único aliado en el exilio, y la tierra es el tiempo. Un tiempo sobrehumano, en el que puede suceder el milagro. [...]

JMG Le Clézio, «Les Noces palestiniennes: Mahmoud Darwich», La Nouvelle Revue Française, nº 500, septembre 1994.

Traducción de Jorge Gimeno

25/10/08

Bill Foley: Sabra y Chatila, 1982


© Bill Foley
Una mujer palestina muestra los cascos de dos falangistas libaneses hallados en Sabra-Chatila tras las matanzas de septiembre de 1982. Más de mil civiles fueron asesinados en los campamentos de refugiados palestinos del sur de Beirut entre los días 16 y 18 de septiembre. Los campamentos habían sido desmilitarizados tras la marcha de la OLP. El Ejército israelí, que controlaba la zona tras haber invadido Beirut Oeste, alentó las matanzas.

21/10/08

Fragmento de “Artes de lo posible”, por Adrienne Rich

He permanecido conectada al activismo y a la gente cuyo fénix político renace continuamente del nido abrasado por la hostilidad y las mentiras. He conversado mucho con otros amigos. He rastreado palabras ―las mías y las de otros escritores―. Me he sentido atraída, en muchos lugares del mundo, por los escritores y escritoras que han sentido la necesidad de cuestionar la actividad concreta en torno a la cual habían modelado sus vidas: interrogar sobre el valor de la palabra escrita frente a muchos tipos de peligro, a enormes necesidades humanas. No buscaba reafirmaciones fáciles sino más bien la evidencia de que otras personas, en otras sociedades, también habían tenido que vérselas con esa cuestión.

Cualquiera que sea su identidad social, el escritor o escritora es, por la propia naturaleza del acto de escribir, alguien que se esfuerza en comunicar y conectar, alguien que busca, a través del lenguaje, mantener viva la conversación con lo que Octavio Paz ha denominado “la comunidad perdida”. Incluso aunque lo escrito parezca una nota metida en un botella para tirar al mar. El poeta palestino Mahmud Darwix escribe sobre la incapacidad de la poesía para encontrar un equivalente lingüístico a circunstancias como el bombardeo israelí sobre Beirut en 1982: “No podríamos calificar esto ahora como se nos va a calificar a nosotros. Estamos naciendo enteramente, si es que no estamos muriendo enteramente”. En esta notable meditación en prosa, también dice: “Sin embargo, quiero romper a cantar... quiero hallar un lenguaje que transforme el propio lenguaje en acero para el espíritu ―un lenguaje para usarlo contra estos relucientes insectos plateados, estos reactores―. Quiero cantar. Quiero un lenguaje en el cual apoyarme y que pueda apoyarse en mí, que me pida que dé testimonio y al cual yo pueda pedir que dé testimonio del poder que hay en nosotros para vencer este aislamiento cósmico”.

Adrienne Rich, Artes de lo posible. Ensayos y conversaciones, traducción de María Soledad Sánchez Gómez, Madrid, Horas y Horas, 2005; la cita de Darwix proviene de Memoria para el olvido, traducción de Manuel Feria, Madrid, 1997.

17/10/08

Ojalá el joven fuera árbol

El árbol es hermano del árbol, o un buen vecino. El grande se inclina sobre el pequeño, y le da la sombra que le falta. El alto se inclina sobre el bajo, y le envía un pájaro que le acompañe de noche. No hay árbol que hurte el fruto de otro, o que se mofe de él si es estéril. Ningún árbol mata a otro ni imita al leñador. Cuando se hace barca, aprende a nadar. Si se hace puerta, día y noche es guardián de los secretos. Si se hace banco, no olvida que antes tuvo un cielo. Y cuando se hace mesa, enseña al poeta a no ser leñador. El árbol es absolución y vigilia. No duerme ni sueña. Vela por los secretos de los soñadores, día y noche en pie. En pie protegiendo a los transeúntes y al cielo. El árbol es oración vertical. Implora a lo alto. Y cuando se dobla un poco por la tormenta, lo hace con el empaque de una monja, la mirada en lo alto... en lo alto. Como dijo el poeta: «Ojalá el joven fuera piedra». Ojalá hubiera dicho: ¡Ojalá el joven fuera árbol!

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

12/10/08

Aeropuerto de Atenas

Este poema, perteneciente al libro Menos rosas (1986), se encuentra en Poesía escogida (1966-2005), Valencia, Pre-Textos, 2008. Es uno de los poemas en prosa más característicos de Darwix. En el vídeo posterior Darwix lee el poema en Ammán.

El aeropuerto de Atenas nos dispersa por los aeropuertos. El guerrillero dijo: ¿Dónde lucharé? Una embarazada le gritó: ¿Y yo dónde pariré a tu hijo? El funcionario dijo: ¿Dónde invertiré mi dinero? Y el intelectual dijo: Y a mí qué me importa. Los aduaneros dijeron: ¿De dónde venís? Respondimos: Del mar. Dijeron: ¿Adónde vais? Dijimos: Al mar. Dijeron: ¿Cuál es vuestro domicilio? Una mujer de nuestro grupo dijo: Mi pueblo es mi hatillo. En el aeropuerto de Atenas esperamos durante años. Un joven se casó con una muchacha y no hallaron habitación para tan rápido matrimonio. Se preguntó: ¿Dónde la desvirgo? Nos reímos y le dijimos: Ay chaval, no ha lugar para semejante pregunta. Nuestro teórico de guardia dijo: Mueren para no morir. Mueren sin darse cuenta. Dijo el hombre de letras: Nuestro campamento caerá sin remisión. ¿Qué quieren de nosotros? El aeropuerto de Atenas cambiaba de habitantes a diario, mientras nosotros permanecíamos como asientos sobre los asientos aguardando al mar, ¿cuántos años más, aeropuerto de Atenas?

Traducción de Luz Gómez García

10/10/08

Boulevard Saint-Germain: el arte de reducir

/ El viento de otoño barre la calle, y me enseña el arte de reducir. De reducir lo que se escribe.

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

7/10/08

El pavo real blanco de Holland Park, por Hanan al-Shaykh

Yasmín estaba de pie, contemplando asombrada el pavo real blanco. No sabía que la naturaleza pudiera crear tales criaturas. Cada una de las plumas de su larga cola estaba adornada con un ojo rodeado de un corazón, después de otro corazón más grande y finalmente de largas pestañas. Las plumas tenían exactamente los mismos dibujos que las plumas de pavo verdeazuladas, pero eran blancas. ¿Por qué nadie había pensado en plumas blancas de pavo real cuando se quería describir la bruma matutina? Ella caminó a su encuentro, pensando en la manera de hacerle desplegar la cola. Le gritó, le tiró una piedra ―una pequeña― y ladró como un perro. El pavo, cuya cabeza estaba coronada de blanco como si fuera una capa de nieve reciente, siguió moviéndose orgullosa y lentamente, arrastrando la cola tras de sí como una nube de fino encaje. Ella quería que el animal se le acercara y se quedara quieto donde ella pudiera verlo, pero siguió moviéndose con sus andares calmos y altaneros. Yasmín sacó rápidamente un pedazo de pan que había traído para que su hijo diera de comer a los patos y lo desmigajó al paso del pavo real. Éste se acercó, picoteó las migas e, incapaz de encontrar nada más de su interés, se alejó. Dios no había olvidado ni un solo ornamento. Mientras ella lo seguía, pensó en escribirle a su amiga de Beirut contándole aquello. Después apartó esa idea de su mente con un sentimiento de culpabilidad: resultaba impensable describirle el pavo real blanco mientras ella y las demás que se habían quedado en Beirut se pasaban los días buscando protección de los bombardeos recorriendo los pasillos de sus bloques de apartamentos de camino a los refugios subterráneos.

Su hijo Ziyad corría delante de ella lamiendo un helado. Ella se sentía feliz de haberle podido sacar de Beirut, pues por primera vez en muchos meses podía corretear como un chiquillo. Se había pasado dos meses encerrado en casa, confinado en su habitación, en la cocina y en el pasillo que los unía. Ella bajó la vista hasta sus propios pies como si los estuviera descubriendo de nuevo, y empezó a correr gozosa, observando como se movían. No se dio cuanta de que ella y Ziyad estaban solos en el parque ni de que el sol ya había desaparecido hasta que la oscuridad se cernió sobre ellos de repente. Llegó hasta donde estaba Ziyad, le cogió de la mano y se dirigió a toda prisa al lugar por donde habían entrado, pero una verja les cerraba el paso, y estaba cerrada con llave. Ella se sorprendió y asustó a partes iguales: nunca había pensado que los parques y los jardines tuvieran verjas que pudieran cerrarse. Su temor se contagió por sí solo a Ziyad, quien le preguntó con ansiedad:

―¿Vamos a dormir aquí?

―No tardaremos. Pronto estaremos fuera ―le aseguró ella.

Debía de haber otra verja. Todos los parques tienen varias salidas. Ella empezó a dar vueltas y no encontró ninguna: Holland Park parecía haberse transformado en un denso bosque de altos árboles. Las hojas caídas del otoño se amontonaban en el suelo, y sus pies empezaron a hundirse en ellas. Aunque tenía miedo, no podía evitar admirar la belleza del parque silencioso que podía vislumbrar entre tinieblas. Se detuvo, intentando decidir qué camino seguir. Unos cuantos pasos más tarde se halló en la más absoluta oscuridad. El sudor le manaba por las axilas, y las palmas de sus manos estaban humedad. Tenía la lengua seca.

―Oh, Dios ―dijo ella con desánimo.

Oyó que Ziyad la imitaba:

―Oh, Dios.

La voz de su hijo hizo que el miedo se adueñara de ella de nuevo. Debía de haber un teléfono. Había que volver a la primera verja. Intentó recordar dónde estaba.

Fue como si la naturaleza supiera de su difícil situación: un hombre y una mujer que se abrazaban se materializaron debajo de un árbol a unos cuantos pasos de distancia. Cuando advirtieron su presencia comenzaron a alejarse. Ella corrió tras ellos pidiéndoles ayuda. Ella, Ziyad y la pareja estaban pronto caminando juntos por un sendero que ella no había sabido ver antes, bordeando un estanque sobre el que flotaba un ganso blanco. El hombre se detuvo frente a un muro. Salto por encima hasta la calle y esperó a recoger a Ziyad. La mujer la siguiente, y Yasmín se encontró trepando tras ella sin importarle la altura del muro.

Estaba tumbada en la cama con los ojos cerrados, recordando cuando estaba perdida en Holland Park, al hombre y a la mujer que se abrazaban bajo el árbol, las hojas secas del otoño y el pavo real blanco. Recordó su miedo, y para su sorpresa le gustó. Quiso perderse de nuevo, y que la acompañara un hombre. Empezó a imaginárselo: los latidos desbocados de su corazón, el sudor de las palmas de las manos, el hombre cogiéndola de la mano mientras vagaban en busca de una salida para encontrarlas todas cerradas; los dos en el parque mientras todos los pavos reales se habían subido a un árbol a pesar de su admiración por ellos; sus largas colas, que colgaban en una nube de trémula blancura, parecían niebla levantándose entre las ramas de los árboles. Anhelaba esa tensión, el momento decisivo en la relación con un hombre. Con su marido no se le habría pasado por alto la hora; él se habría asegurado de que estuvieran fuera del parque antes del anochecer; de hecho, ella y su marido no habrían paseado nunca juntos por el parque.

Apagó la luz, cerró los ojos y se preguntó con una sonrisa cómo era que ni siquiera la tensión de Beirut le había bastado. Pues incluso en la guerra su tensión había sido algo meramente doméstico: pensaban en la comida, en el agua. No intentaban aliviar sus temores abrazándose muy juntos, ni besándose, lo que aparentemente era una actividad prohibida entre el ruido de las explosiones, aunque resultaba mucho más real que en tiempo de paz. Lo necesitaban para mantener la calma, para reafirmar la existencia del amor a pesar de la violencia de la guerra, pero en vez de eso se pusieron a enrollar alfombras con bolas de naftalina dentro, a construir nuevas puertas de gruesa madera con cerrojos propios de una fortaleza, y a envolver la plata con toallas en vez de a ellos mismos entre sábanas, donde podrían haberse encerrado en su concha sin oír otra cosa que el murmullo de las olas.

Debo encontrar un hombre con el que perderme en Holland Park, de manera que cuando caiga la noche y nosotros caminemos con los pies hundidos en las hojas amarillas para encontrarnos cerradas todas las salidas, nos podamos sosegar y abrazar bajo un árbol mientras decidimos qué hacer; y después entrar en el bosque por el estrecho sendero donde la oscuridad es casi total.

Yasmín siguió vagando por Holland Park, perdida en un espeso bosquecillo tras otro, suspirando, diciendo «Oh, Dios» sin llegar nunca al muro que rodeaba el parque. Siempre estaba en el centro, atrapada en un laberinto infinito de senderos. A pesar de la oscuridad, vislumbró el rostro de un poeta a cuyas conferencias asistía fielmente antes de que estallara la guerra. Él se acercó a ella, sorprendido por ese encuentro casual, y le confesó que también estaba perdido. Yasmín le condujo a las salidas cerradas, a lo largo del sendero oscuro y hasta el interior del bosque. Él la tomó de la mano; ella podía oír el sonido de su propia respiración, y él seguro que también podía sentirla. Entonces ella se detuvo bajo un árbol, cerró los ojos y sintió dos carbones encendidos que se posaban en sus labios. Ella temblaba. Nadie la había besado así antes. Siguieron caminando y vieron que el pavo real blanco estaba dormido. Para sorpresa de ella, el poeta se agachó y alargó la mano para acariciarlo; el pavo no se inmutó. Después cogió la mano de ella y la pasó por encima de las plumas del ave. Ambos se pusieron de pie, y él le cogió el rostro entre las manos y le dijo que ya había reparado en ella durante las veladas de poesía: llevaba un vestido del color del mar y el rostro bronceado. No siguieron caminando, sino que treparon sobre el muro y se quedaron de pie en la acera, abrazándose.

A la mañana siguiente ella no podía creer que su encuentro con el poeta fuera un sueño. Ella soñaba regularmente, y también con hombres, pero no de aquella forma, no con el realismo y la veracidad de ese sueño. Durante el día, mientras recorría todo Londres con su hijo buscando una escuela para él, admirando la ciudad y disfrutando de saberse lejos de los temores de la guerra, sentía constantemente la calidez de la mano del poeta y el roce de su pecho mientras la cogía en brazos para ayudarla a saltar el muro que rodeaba el parque. Siguió sintiendo esa desazón hasta bien entrada la tarde, cuando se dirigió hacia el parque y empezó a recorrer los mismos senderos que había tomado con él. Miró a su alrededor, comprobando todos los detalles de las ramas y los troncos de los árboles que había visto con él; hasta la sensación al caminar sobre los montones de hojas secas era la misma. Allí estaba la verja rematada con el alambre de espino, el pequeño estanque, el canto de los pájaros, la fría punzada del viento. Ahí estaba el banco en el que se habían sentado antes de que cayera la oscuridad. Ella siguió caminando, cruzando los brazos sobre el pecho para protegerse del frío mientras Ziyad desmigajaba un pedazo de pan para dárselo al pavo real blanco. Éste estaba observando al gallo, a las gallinas de Guinea y a todas las otras aves que se congregaban a su alrededor estirando las cabezas y observándole con ojos temerosos, y al final les dio la espalda y se comió todo el pan él solo.

Ella reflexionó. ¿Debería escribirle al poeta para pedirle que viniera a Londres? Antes de tener tiempo de preguntarse si él se sorprendería ante tal petición, o si comprendería que debería perderse con ella en Holland Park, algo llamó su atención. El pavo real había desplegado su cola en el aire, mostrando un enorme abanico. Ella se aproximó con cuidado, recordando la delicadeza del coral del Mar Negro, cuyos pedazos era cada uno como un pequeño abanico, y contempló abrumada la blancura del propio coral del pavo. Éste había empezado a pasearse lentamente adelante y atrás, como si fuera consciente de que su belleza provocaba que la gente contuviera admirada la respiración. Yasmín recordó las palabras del poeta la noche anterior: que el pavo sólo desplegaba la cola para atraer a al hembra.

Sus conversaciones no podían haber sido una ilusión; era imposible que en realidad no hubieran saltando nunca sobre el muro del parque, que él no la hubiera abrazado con fuerza cuando ella le dijo que amaba a su marido y que nunca le podría ser infiel. Él la había llevado después a un club: ella recordaba el estilo de las sillas, la mesa, los espejos en forma de piña y el sabor exacto del bloody mary cuando tomó un sorbo para aumentar su sensación de regocijo mientras oía que él murmuraba algo. Ella le había preguntado qué pasaba, y él le había respondido entre risas que estaba embrujando su bebida para que ella le amara. Ella le había dicho que lamentaba no haberle invitado a su casa de Beirut para que pudiera ver su apreciado burrito de escayola blanca.

No era un sueño: los sueños atormentan a la gente un día, una semana, pero no un mes entero. Ella recorría los grandes almacenes contemplándose en los espejos, intentando verse a sí misma a través de los ojos de él. Él no era como el resto de los hombres: prestaba atención a los colores, a la ropa, a los menores detalles. Se sentó en la clase de Ziyad, intentando ocuparse escribiendo cartas hasta que Ziyad se sintió cómodo en el aula y se olvidó de su madre. Ella se vio a sí misma garabateando el nombre del poeta. Le escribió una carta, y después la rompió. Compró revistas libanesas con la esperanza de encontrar una foto suya o uno de sus poemas, por si encontraba una alusión a ella. Mencionaba las flores de jazmín por primera vez: tal vez se refería a ella, o tal vez no. En el bar del teatro deseó que estuviera a su lado, comentando la obra como la pareja del rincón. En el autobús de vuelta a casa pensó: «Ojalá estuviera él a mi lado, y no este borracho». Él era real. Ésa era la razón por la cual, cuando su marido se reunió con ella en Londres después de una conferencia en Estado Unidos, ella no le había besado con el mismo entusiasmo ni había anhelado su regreso como en el pasado. Se sentía desligada de él. Se armó de valor y le dijo que amaba al poeta. Él se rió y le dijo con una expresión de ternura en el rostro:

―Eres una soñadora. No cambiarás nunca.

Ella le respondió con silencio. No puede ser sólo un sueño. La intuición enciende la chispa del amor. Las relaciones imaginarias florecen bajo su influencia, y ésta les confiere realidad. Prepara el camino para un encuentro.

Pero cuando estaba absorta preparando la comida, o recorriendo el supermercado comprando verduras, paquetes y latas, o limpiando el baño, le resultaba fácil separar la realidad de la ficción. Ella creía en su propia lógica cuando ésta le indicaba que la atmósfera romántica de Holland Park, el pavo real blanco, Londres y todo lo que rodeaba esas cosas proporcionaban un trasfondo poético propicio al amor: el invierno, los cielos despejados, el frío, la hierba verde, los autobuses, los grandes almacenes, los cines y los teatros, el rugido del tráfico, el ambiente de despreocupación, los gorriones, la ausencia de guerra. Y ella estaba sola y sin hombre la mayor parte del tiempo.

Al caer la noche volvía a convencerse en su fuero interno de la realidad de su sueño. Intentó pensar en la manera de encontrarse con el poeta durante su estancia en Londres. Pero cuando hubo un mes de alto el fuego en el Líbano, Yasmín volvió a Beirut. No volvió a pensar en el poeta hasta que un día le vio acercarse a lo lejos con un periódico en la mano. Ella sonrió y siguió caminando.

Hanan al-Shaykh, Barriendo el sol de los tejados, traducción de Albert Borràs, Barcelona, Ediciones del Bronce, 2001.

2/10/08

Darwix en “Notre musique”, de Jean-Luc Godard

En Notre musique (2004), Godard reflexiona sobre el papel de la guerra en el siglo XX y los desastres de nuestro tiempo, en particular el conflicto israelo-árabe. Con ocasión de los Encuentros Europeos del Libro celebrados en Sarajevo, Godard incluye en el relato el testimonio de Mahmud Darwix.

25/9/08

Edward Said y el Estado binacional, por Luz Gómez García

Se cumplen hoy cinco años de la muerte de Edward Said. El aniversario, como todos, sería banal si no fuera porque en el tiempo transcurrido las reflexiones de Said sobre Palestina han cobrado nuevos bríos. Said, más visionario que analista exhaustivo, y mejor polemista que teórico, se caracterizó siempre por su empeño en que se reconociera a los palestinos el derecho a contar su propia historia. Su experiencia vital de palestino y ciudadano estadounidense le dotó de una visión compleja del conflicto entre palestinos e israelíes.

En 1980, Edward Said fue pionero en defender el paso de la lucha palestina por la liberación nacional a la lucha por la independencia estatal, esto es, la necesidad de que la OLP aceptara la partición de Palestina y la solución de los dos Estados. Veinte años después, en 1999, señaló que el Estado binacional, se llamara como se llamara, Israel o Palestina, era, aun a largo plazo, la única salida del conflicto. Tanto en una como en otra ocasión, sus posturas levantaron enconadas críticas entre los poderes político e intelectual de ambas naciones, pero el paso de los años parece haber acabado dándole la razón: salvo la derecha sionista más ultramontana, hoy ya nadie discute el derecho de los palestinos a tener un Estado propio en los Territorios Ocupados por Israel en 1967. Sin embargo, esta solución se muestra, a la vista de los acontecimientos, cada vez más inviable, y adquiere protagonismo el convencimiento último de Said de que ambos pueblos pueden y deben vivir en el marco constitucional de un único Estado binacional en el territorio de la Palestina del mandato británico.

Cuando Said publicó The question of Palestine (La cuestión palestina, 1980), Fatah y el Frente Popular para la Liberación de Palestina, las dos principales formaciones de la OLP, le atacaron con virulencia por plantear la necesidad de reconocer a Israel y reducir el objetivo de la lucha nacional a la obtención de la independencia estatal en las fronteras de la resolución 242 de Naciones Unidas. Ya en 1978, Said había llevado a cabo cierta interlocución con la Administración Carter, que parecía interesada en incorporar a los palestinos a una suerte de solución conjunta con Egipto en el marco de la resolución 242. Según el propio Said, Arafat en persona le transmitió la negativa de la OLP a aceptar esos términos, en su opinión más justos y ventajosos para los palestinos que los aceptados en Oslo quince años después. Pero en los años transcurridos entre Camp David y Oslo, se hizo patente que la brecha entre la retórica sobre la liberación de la patria palestina y la realidad era insalvable: en 1982 la cúpula palestina hubo de abandonar por mar Beirut, asediada por el ejército israelí, y en noviembre de 1988 la asamblea del Consejo Nacional Palestino celebrada en Argel proclamó el Estado palestino en un documento que tácitamente reconocía la existencia de Israel y respondía a los retos de la reciente intifada.

Edward Said no llegó a formular sistemáticamente su visión del Estado binacional en el territorio de la Palestina histórica (el actual Israel más los Territorios Ocupados en Gaza y Cisjordania), pero sí la esbozó en varios artículos y conferencias. La idea y la práctica de la ciudadanía, y no de una comunidad étnica o religiosa, sería, según Said, el punto de partida para elaborar una constitución estrictamente democrática y laica, con iguales derechos y responsabilidades para todos sus ciudadanos, incluido el derecho de cada cual a practicar la vida comunitaria a su manera, judía o palestina. Las renuncias al estatuto especial de un pueblo a expensas del otro también serían mutuas: la Ley de Retorno de los judíos y el derecho al retorno de los refugiados palestinos se deberían reconsiderar y retocar conjuntamente; la noción del Gran Israel como tierra sagrada judía y la de Palestina como territorio árabe inajenable habrían de reducir su escala y exclusividad. Según Said, Palestina ha sido siempre una tierra de muchos relatos, multicultural, multiétnica y multirreligiosa, y la idea misma del Estado binacional hunde sus raíces en pensadores judíos (Judah Magnes, Martin Buber, Hannah Arendt) de la época de entreguerras.

En Culture and resistance (Cultura y resistencia, 2003), Said, a la vista de la realidad creada por la Ocupación en los últimos cuarenta años, resumió en cuatro los motivos por los que era ineluctable la solución binacional. En primer lugar, la geografía humana: los asentamientos y sus carreteras han imbricado de tal manera a ambas poblaciones que, salvo la imposible retirada total israelí de Cisjordania, toda solución que conlleve la segregación de israelíes y palestinos es inviable. En segundo lugar, la geografía económica: la recíproca dependencia económica (mano de obra palestina y territorios y servicios israelíes) impide un establecimiento de fronteras excluyentes que no fuerce la expulsión masiva de población. En tercer lugar, la realidad demográfica: Said auguraba que para el año 2010 israelíes y palestinos asentados en Palestina-Israel (que no judíos y palestinos del mundo) estarían igualados demográficamente, de modo que el apartheid en un territorio tan pequeño resultaría inviable en la práctica. Finalmente, Said argüía que la sociedad civil laica israelí estaba planteándose la necesidad de reconstruir la noción de ciudadanía a partir de derechos nacionales y no étnicos, dado el avance, por una parte, del poder ultraortodoxo, y, por otra, de las demandas igualitarias de los israelíes de origen palestino.

Aun reconociendo el carácter utópico de la solución, los escritos de Said insisten en que a largo plazo es la única posible, pues es la única justa y equitativa, y por ello la única que garantiza la paz. Para llegar a ella, es ineludible que Israel reconozca su responsabilidad en el sufrimiento palestino y ofrezca algún tipo de reparación, quizá a través de una comisión de la verdad y la reconciliación como la que hubo en Sudáfrica. El reconocimiento del derecho al retorno de los palestinos expulsados en 1948, uno de los mayores escollos para este proceso, podría abordarse a la luz de la necesaria revisión del derecho internacional sobre derechos de los inmigrantes, una propuesta novedosa que valdría la pena investigar.

La confianza de Said en el potencial del individuo como motor del cambio colectivo, en el papel del intelectual como agente del pensamiento crítico que promueve una conciencia social, no son ajenos a este planteamiento. Aun no siendo optimista sobre la inmediatez en los cambios de todo un sistema, Said siempre apostó por una ciudadanía alerta y concienciada, y desde el humanismo vital que practicaba creía que "palestinos e israelíes tienen que sentir que pueden y deben vivir en pie de igualdad -iguales en derechos, iguales en historia, iguales en sufrimiento- antes de que pueda emerger una comunidad real entre ambos pueblos".

No es que hoy haya más motivos para la esperanza, sí en cambio para la desconfianza ante las fórmulas ensayadas: la segregación demográfica y territorial naturalizada con el Muro, la bantustanización de Cisjordania y la disgregación de Gaza, el avance de la judaización organizada de Jerusalén, son realidades que, más allá de voluntades políticas concretas, hacen inviable en la práctica una solución que comporte la creación de un Estado palestino soberano. El colapso material y anímico de los palestinos se palpa en cada esquina. También entre los israelíes desprejuiciados y críticos ante las lacras del sionismo. De modo que lo que hasta hace un par de años era un tabú o el delirio de unos pocos radicales (Noam Chomsky, el activista e intelectual israelí Michel Warschawski o los palestinos Azmi Bichara y Mustafá Barguti) comienza a ocupar un lugar en lo futurible. La ciudadanía binacional de israelíes y palestinos en un futuro Estado único basado en la igualdad, en fronteras reconocidas por sus vecinos y en el destierro definitivo del pasado mitológico, habrá de ser abordada.

El País, 25/9/08

Fuente

22/9/08

Fragmento de “Cultura y resistencia”, por Edward Said y David Barsamian

DB. Mahmud Darwix está considerado el poeta nacional de Palestina. ¿Cuál es su importancia?

Said. Es algo complicado. En primer lugar, Darwix creció en Israel. No era un palestino como la mayoría de los miembros de la OLP. No era de la diáspora. Se quedó en el interior y se convirtió en ciudadano israelí. Sabe perfectamente hebreo, además de árabe. Se le conoció como uno de los primeros, así llamados, “poetas de resistencia”. Lo cual quiere decir que hablaba de temas nacionalistas y, sobre todo, de la afirmación de la identidad palestina. Su poema más famoso se titula “Carnet de identidad”, y comienza: “¡Apunta! Soy árabe”. Es un poema que, de hecho, proviene de la experiencia personal de tener que acudir regularmente a presentarse ante las autoridades israelíes. Hasta 1966, los palestinos de dentro de Israel estaban bajo control militar, así que tenían que presentarse a firmar constantemente. Y él, en una especie de afirmación desafiante, le dice al funcionario: “Apunta que soy árabe”, lo cual casi inadvertidamente se convirtió en el primer verso de un poema.

Más tarde, cuando Darwix dejó Palestina a comienzos de la década de 1970 y vivió en Egipto y luego en Beirut y París, fue un poeta del exilio. [...] Se podría comparar con lo que significó Faiz Ahmed Faiz en la tradición de Asia del Sur [la tradición en urdu]. Darwix mueve a multitudes, a miles de personas, que acuden a escucharle recitar su poesía.

Es un lector voraz, y, pesar de su larga filiación a la OLP, es un hombre bastante solitario, que raramente hace públicas sus posiciones políticas. Es muy cosmopolita en sus gustos y modos. En los últimos veinte años, en los que ha sido tremendamente productivo, ha desarrollado otro tipo de poesía, que yo calificaría de meditativa y lírica. Ha escrito poemas sobre asuntos que van desde Al-Ándalus a los indios nativos americanos, su grave enfermedad y, más recientemente, un última gran oda ―o casida, como se dice en árabe―, titulada Estado de sitio. El poema relata la experiencia de ser sitiado durante la invasión israelí de Cisjordania en la primavera de 2002.

Darwix es un poeta de múltiples dimensiones. Es sin duda un poeta público, pero al mismo tiempo es un poeta enormemente personal y lírico. Para mí, en la escala mundial actual, es sin duda uno de los mejores. Está a la altura de Derek Walcott y Seamus Heaney ―por mencionar dos premios Nobel, uno caribeño y el otro irlandés― en su dominio de la lengua. Darwix logra amalgamar buena parte de la imaginería coránica de un modo secular. No es en absoluto un poeta religioso, pero muchos de sus poemas se modulan con el lenguaje del Corán y de los Evangelios. También tiene influencia de Lorca, de Neruda y de Yevtushenko. Pasó algo de tiempo en Rusia, por lo que conoce bien la literatura de aquel país, y también a algunos de sus poetas más nuevos, como Brodsky.

DB. Usted ha comparado a Darwix con el W. B. Yeats de la primera época.

Said. Sí, por cómo estuvo estrechamente relacionado con la lucha de liberación, por la manera en que Yeats participó en la lucha por la libertad de Irlanda frente al colonialismo británico. Pero Yeats siempre fue muy activo en la vida cultural irlandesa, por ejemplo a través del Abbey Theatre. Fue miembro del parlamento irlandés. Fue una figura pública mayor de lo que Darwix lo ha sido, aunque Darwix sea muy conocido. Pero nunca ha tenido más cargo formal que el de pertenecer, durante un tiempo, al Consejo Nacional Palestino, lo cual no quiere decir mucho.

David Barsamian and Edward Said, Culture and Resistance. Conversations with Edward W. Said, Londres, 2003.

Traducción de Luz Gómez García

17/9/08

Él está tranquilo, yo también

Este poema, perteneciente al libro No te excuses, se publicó primero en el diario El País (6/05/06); hoy forma parte de Poesía escogida (1966-2005), Valencia, Pre-Textos, 2008.

Él está tranquilo, yo también
sorbe un té con limón,
bebo un café,
es lo único que nos distingue.
Él lleva, como yo, una camisa holgada a rayas,
yo hojeo, como él, los periódicos de la tarde.
Él no me ve cuando miro de reojo,
yo no le veo cuando mira de reojo,
él está tranquilo, yo también.
Pregunta algo al camarero,
pregunto algo al camarero...
Una gata negra pasa entre nosotros,
acaricio su noche
acaricia su noche...
Yo no le digo: Hace bueno,
está despejado.
Él no me dice: Hace bueno.
Él es el observado y el observador
yo soy el observado y el observador.
Muevo la pierna izquierda
mueve la pierna derecha.
Tarareo una canción,
tararea una canción parecida.
Pienso: ¿Es el espejo en que me veo?

Entonces le miro a los ojos,
pero no le veo...
Abandono el café aprisa.
Pienso: Quizá sea un asesino, o quizá
uno que habrá pensado que yo soy un asesino.

Él tiene miedo, ¡y yo también!

Traducción de Luz Gómez García

11/9/08

Boulevard Saint-Germain: el ritmo

/ Cada vez que el ritmo se esconde en la imagen, la música se hace compañera de la idea.

/ Romper el ritmo, de vez en cuando, es una necesidad rítmica.

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

6/9/08

En la muerte de Françoise Demulder


© Françoise Demulder, Gamma.

Refugiados palestinos en el distrito de La Quarantaine, Beirut, enero de 1976. World Press Photo of the Year 1976.

5/9/08

Si es que queremos

Seremos un pueblo, si es que queremos, cuando aprendamos que no somos ángeles, y que el mal no es privativo de los demás.

Seremos un pueblo cuando no entonemos una oración de gracias a la patria sagrada cada vez que el pobre halle qué cenar...

Seremos un pueblo cuando insultemos al sultán y su valido sin que se nos lleve a juicio.

Seremos un pueblo cuando un poeta pinte el erotismo del vientre de una bailarina.

Seremos un pueblo cuando olvidemos los dictados de la tribu... cuando el individuo se dé a los pequeños detalles.

Seremos un pueblo cuando un escritor mire a las estrellas y no diga: Nuestro país es más alto ¡y más hermoso!

Seremos un pueblo cuando la policía de costumbres proteja a adúlteras y hetairas de ser golpeadas brutalmente en las calles.

Seremos un pueblo cuando el palestino se acuerde de su bandera sólo en los estadios, en los concursos de belleza y el día de la Nakba. Nada más.

Seremos un pueblo, si es que queremos, cuando al cantante se le permita entonar una aleya de la azora “El Clemente” en una boda mixta.

Seremos un pueblo cuando respetemos los aciertos, ¡y respetemos los errores!

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

1/9/08

Un país preparado para el alba

Seleccionamos a continuación el fragmento final del poema-libro Estado de sitio (Madrid, Cátedra, 2002). Darwix escribió Estado de sitio en Ramala en enero de 2002, durante el cerco del Ejército israelí. De sus poemas de los últimos años directamente relacionados con la Ocupación, es el más sobresaliente. Ha sido adaptado al teatro por el Centro Dramático Nacional Palestino y ha dado origen a una cantata de Garrett List.

Estado de sitio es un poema extrañamente esperanzado. Israel se había retirado del sur del Líbano en el verano de 2000. La Segunda Intifada, que había estallado el otoño siguiente, había sacado a la calle el hastío palestino por el fracaso de Oslo, y la lucha, aun en su crudeza, parecía alumbrar un futuro. Luego vendrían las elecciones legislativas de enero de 2006 y el triunfo de Hamás, el boicot euroamericano a un gobierno de impoluta elección democrática, y, finalmente, la escenificación de la escisión de los restos de Palestina con la toma de poder islamista en Gaza en junio de 2007, mientras la Ocupación se naturalizaba en los pueblos, carreteras y colinas de Cisjordania minados por los asentamientos y el Muro. En 2008, seis años después del sitio de Ramala, Darwix ya no veía motivos para la esperanza.


Mis amigos me preparan siempre una fiesta
de despedida, y una cómoda tumba a la sombra de una encina,
con una lápida de mármol temporal.
Aunque yo les precedo siempre en el cortejo:
¿Quién es el muerto... eh?


La mujer caída es hija de caída que es hija de caído,
hermana de caído y hermana de caída, nuera
de madre de caído, nieta de abuelo caído
y vecina de tío caído (etcétera, etcétera)
pero todo sigue igual en el mundo civilizado,
el tiempo de los bárbaros terminó,
la víctima anónima es lo habitual;
la víctima... como la verdad, es relativa
(etcétera, etcétera).


Calma, calma, que los soldados desean
a estas horas oír las canciones
que oyen los caídos, aún
como el olor del café en su sangre... frescas.


Una tregua, una tregua para evaluar lo aprendido:
¿Sirven de arado los aviones?
Les dijimos: una tregua, una tregua para examinar las intenciones,
¡acaso algo de paz se filtre en la conciencia!
Competiremos por lo que amamos
con medios poéticos.
Respondieron: ¿No sabéis que una conciencia en paz
abriría las puertas de nuestra alcazaba
a la música del hiyaz y el nahawand?
Les dijimos: ¿Y qué?, ¿qué pasaría?


Nuestro café. Los pájaros. Los árboles verdes
de sombra azul. El sol saltando de
tapia en tapia como una gacela...
El agua de las nubes de dibujo infinito
en el trozo de cielo que nos queda,
más otras cosas de amargo recuerdo,
apuntan a que esta mañana será espléndida,
y nosotros huéspedes de la eternidad.


Un país preparado para el alba.
Pronto
los astros dormirán en la lengua de la poesía.
Pronto
despediremos este largo trayecto
y preguntaremos: ¿Por dónde empezar?
Pronto
prevendremos a nuestro bello narciso silvestre
para que no enloquezca con su imagen: no has
servido para el poema, contempla
a las andantes del camino.


¡La paz sea contigo que velas por
el éxtasis de la luz, la luz de la mariposa, en
la noche de este túnel!


¡La paz sea contigo que compartes mi copa
en la negrura de una noche que colma dos asientos:
salud, sombra mía!


La paz es la palabra que atesora el viajero
para el cruce en el camino con el viajero.

La paz es paloma entre dos extraños, zureo compartido
al borde del abismo.


La paz es la añoranza de dos enemigos, que anhelan
bostezar en el andén del hastío.

La paz es el gemido de dos amantes lavándose
a la luz de la luna.


La paz es la disculpa del fuerte ante el
débil de armas —pero de largo alcance.

La paz es partir las espadas ante la belleza
natural, aceptar que el rocío mella el hierro.


La paz es un día plácido, agradable, de pasos
suaves, sin riñas.

La paz es un tren con pasajeros que van
o vienen de excursión por las afueras de la eternidad.


La paz es reconocer, públicamente, la verdad:
¿Qué habéis hecho con el fantasma del asesinado?

La paz es dedicarse a cultivar el jardín:
¿Qué vamos a sembrar de aquí a nada?


La paz es ahuyentar las pupilas
del zorro que seducen a la mujer asustada.

La paz es el ahhh de un agudo sostenido de moaxaja
en el corazón de la guitarra exhausta.


La paz es la elegía a un joven con el corazón destrozado por el lunar
de una mujer, no por una bala o por una bomba.

La paz es cantar a la vida aquí, en la vida,
pulsando la cuerda de una espiga.

Traducción de Luz Gómez García

26/8/08

Boulevard Saint-Germain: la neutralidad

/ Fingir una difícil neutralidad, en el poema y la novela, es el único delito moral que se perdona.

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

22/8/08

Hoy... en el exilio

Hoy, en el exilio... sí, en casa,
a los sesenta de una vida veloz,
te encienden las velas.

Alégrate, tampoco mucho,
porque una muerte estúpida está atrapada en pleno atasco
de camino hacia ti... y te ha dado una prórroga.

Una luna que curiosea entre los escombros
se ríe como un bobo,
mas no creas que viene a tu encuentro.
Ella, viejo es su oficio, igual que este nuevo
marzo... ha devuelto a los árboles los nombres de la nostalgia,
y se ha olvidado de ti.

Celebra pues con tus amigos que se rompa la copa.
A los sesenta ya no has de hallar ningún mañana
que cargar a hombros de los himnos... ni que cargue contigo.

Dile a la vida, como le cuadra a un poeta con experiencia:
Ve despacio, como las mujeres seguras de su magia
y sus encantos. Cada una tiene su secreta llamada:
¡Acércate! / ¡Qué bello eres!

Ve despacio, oh vida, que yo te vea
con todos tus defectos. ¡Me he olvidado tanto de ti
en tu océano buscándome y buscándote! Y cada vez que descubría
uno de tus secretos, me decías, cruel: ¡Qué necio eres!

Dile a la ausencia: Me has menoscabado,
mas yo me he hecho presente... ¡para cumplirte!

De Como la flor del almendro o allende (Ka-zahr al-lauz au abd, Beirut, Riad El-Rayyes, 2005)

Traducción de Luz Gómez García

16/8/08

¿Darwix/Darwish/Darwich? ¡Darwix!

El problema nace de una inexistencia: el fonema árabe /ʃ/, que se escribe ش, no existe en castellano. ¿Qué se puede hacer para reflejar este sonido? Sólo hay tres opciones: la ch, pronunciada a la española, se aleja del sonido original, y además en español nunca va en posición final de sílaba; el dígrafo sh no pertenece a nuestro sistema ortográfico, por más que sea familiar a través del sistema inglés, y le aporta al nombre un inadecuado aspecto anglosajón. Queda la x, que refleja para el castellanohablante de forma aceptable el sonido árabe, pertenece a nuestro alfabeto y tiene indudables virtudes poéticas.

Sí, porque lo poético en esto también ha de importar. ¿Puede haber algo más metapoético que un nombre de poeta acabado en x? Si además la terminación es en -ix, como es el caso, se riza el rizo, la belleza está refrendada por la genealogía más noble: el célebre soneto con rimas en -yx de Mallarmé: “Ses purs ongles très haut dédiant leur onyx”.

El propio Darwix, cuando apareció mi primera traducción suya (El fénix mortal, Madrid, Cátedra, 2000), me preguntó: “¿Y la x?” Se lo expliqué. Él, con la seguridad que le caracterizaba, repuso: “De acuerdo: en inglés con sh, en francés con ch, en español con x”. E hizo un ademán que significaba: perfecto, no se hable más.

(Ah, otra cosa: se pronuncia agudo, con el acento en la i. Nada que ver con Darwin.)

14/8/08

Sobre Darwix, por Edward Said

Rescatamos este texto de 1994, en el que Edward Said presenta a Mahmud Darwix al público norteamericano. Ofrece contrastes curiosos: tan pronto es didáctico y se dirige al lego como se lanza a un veloz análisis saidiano.

Me encontré con Mahmud Darwix por primera vez en 1974, y desde entonces hemos sido grandes amigos. Dirige al-Karmel, una revista cuatrimestral de temas literarios y culturales que se edita en Chipre y que ha publicado varios de mis ensayos. Aunque no nos hemos visto demasiado, estamos en contacto frecuente por teléfono. Darwix lee inglés y francés pero no habla con fluidez ninguna de estas lenguas, a pesar de que ha vivido en Francia casi una década. Su medio emocional y estético sigue siendo árabe y en menor medida (por razones obvias) israelí. A pesar de su ironía a veces mordaz y de que no vive ni en Palestina ni en Israel, es una presencia determinante en la vida de las dos naciones. Tiene un público inmenso en todo el Mundo Árabe (en 1977 ya se habían vendido más de un millón de ejemplares de sus libros), no sólo entre los palestinos, y eso que está lejos de ser un personaje populista. En Israel, se le sigue con atención debido a su estrecha relación con el Comité Ejecutivo de la OLP. Hasta tal punto su palabra alcanza al público del otro lado que, hace muy pocos años, uno de sus poemas, que expresaba un punto de vista ácido y airado acerca de Israel, fue motivo de discusión en la Kneset. Ninguna otra figura intelectual palestina ―ni siquiera el novelista Emil Habibi, que ganó el Premio Israel de las Letras en 1992, y al que Darwix condenó por aceptarlo― tiene una influencia comparable.

En Darwix, lo personal y lo público siempre guardan una tensa relación: la fuerza y la pasión que en él tiene lo personal casan mal con los requerimientos de la corrección política y el activismo que exige la actuación pública. Pero siendo como es un escritor concienzudo y meticuloso, Darwix es a la vez un poeta-artista de un tipo que tiene pocos equivalentes en Occidente. Tiene un estilo sorprendentemente personal y sugestivo que provoca una respuesta inmediata de la audiencia. Sólo unos pocos poetas occidentales ―Yeats, Walcott, Ginsberg― poseen la irresistible y rara combinación de un estilo que encandila al público y una profundidad, incluso un hermetismo, que refleja un universo sentimental exclusivo. Como éstos, también Darwix posee un gran virtuosismo técnico: se sirve de la incomparablemente rica tradición prosódica árabe de manera siempre innovadora, lo cual le permite algo bastante excepcional en la poesía árabe moderna, a saber: poseer a la vez un estilo virtuoso y un sentido poético depurado, a la postre simple a fuer de refinado. [...]

La poesía de Darwix no sólo es una puerta de inusual claridad a un universo alejado de lo convencional, sino que al mismo tiempo es una unión inextricable de poesía y memoria colectiva, que se presionan mutuamente. La paradoja se ahonda de manera casi insoportable cuando la intimidad del sueño se ve invadida o incluso violada por una realidad siniestra y amenazante que colapsa la inquietante dialéctica entre poesía y memoria colectiva, sin resolverla o trascenderla. Esta cualidad al límite y deliberadamente irresuelta de la más reciente poesía de Darwix la convierte en un ejemplo de lo que Adorno llamó late style, en el cual la estética convencional y la intangible, lo histórico y lo trascendental se combinan para proporcionar un sentido increíblemente concreto de más allá, en el que nadie ha vivido en la realidad.

Grand Street, nº 48, invierno 1994

Traducción de Luz Gómez García

13/8/08

La fecha de nacimiento

Mahmud Darwix nació el 13 de marzo de 1941. En los documentos oficiales, la fecha de su natalicio se retrasa un año, hasta 1942, debido a que éste fue el dato con que le registraron al escolarizarle en 1950, y así fue reproduciéndose posteriormente, tanto en documentos oficiales como en obras literarias. Parece que el error fue intencionado por parte de sus padres, que habrían buscado de este modo prolongar un año la escolarización del niño.

El contexto en que se produjo la Nakba aclara este malentendido. La noche del 11 de junio de 1948, la familia Darwix hubo de salir precipitadamente de su aldea, Birwa, cercada por las tropas israelíes. Se encaminaron a la cercana frontera del Líbano, donde permanecieron menos de dos años. Cuando regresaron a Birwa, situada en las colinas que otean el Mediterráneo de Acre, la aldea había sido arrasada y, literalmente, borrada de los mapas; con ella, es de suponer que desaparecieron los archivos y documentos que hubiera.

La familia de Darwix decidió permanecer en Palestina y se topó con un nuevo estatuto: el de “presentes-ausentes”, denominación que el nuevo Estado israelí dio a todos aquellos habitantes del país que, no estando presentes o no habiéndose personado en el momento de la realización del censo de 1949, se hallaban físicamente en el territorio, pero a los cuales no se les reconocía existencia jurídica y, por tanto, derechos. Se les consideró ‘infiltrados’, un número sin nombre, y como a tales se les perseguía. El niño Mahmud fue al colegio en Deir al-Ásad y en Kafr Yasif, dos pueblos a escasos kilómetros del suyo, en los que malvivió la familia. Allí sufrió esta realidad de existir sin existir, que le obligaba, a mitad de clase, a correr a esconderse en las grutas de los alrededores cuando el vigía alertaba de la llegada de los guardias israelíes. Darwix recordaba que está por escribir la historia de los ‘infiltrados’, entre ellos la de los gitanos y trovadores ambulantes que mantuvieron viva la cultura popular palestina durante la primera década de la Nakba.

10/8/08

El poeta troyano, por Luz Gómez García

Mahmud Darwix abrió su última lectura de poemas, el 1 de julio en Ramala, con un poema reciente que comienza: “Quién soy yo para deciros”. En él recorría su vida, una vida palestina, y se interrogaba acerca del sentido de su palabra, en el tiempo y en la vida de la actual Palestina demediada. La ironía latía en sus palabras, también la humildad y la lucidez de quien se sabe cercado por el final y ensalza la fuerza del comienzo: “Viva la vida”, era la conclusión del poema.

Darwix se ha calificado a sí mismo en varias ocasiones como un poeta troyano, esto es, como el poeta que Troya tuvo pero del que nada quedó en la historia, el cantor de una tragedia que sería borrada. Su gente le eligió para este papel, y él se sintió honrado por ello y siempre quiso cumplir. Pero tuvo claro también que las necesidades poéticas eran superiores a la coyuntura política, que la poesía busca lo universal y que sólo así cumple con el lector. Adorado en todo el mundo árabe, que siempre esperaba de él la poesía que ya conocía, Darwix se empeñaba en un cambio continuo de carácter cualitativo que tenía a la musicalidad y la estructura del poema como condiciones primeras.

Quizá el sentido último de su obra sea la recreación o creación del espacio vital, de la historia material y cultural palestinas, en oposición a los constructos israelíes basados en una historia legendaria, lo cual va precisamente ligado a la celebración de la vida y a la obligación moral de resistir para dignificarla.

Aquel día en Ramala charlamos del futuro, de sus nuevos libros en España, de su admirado al-Mutanabbi, el gran clásico árabe, al que tanto se ha parecido su vida, por carisma y amplitud poética, del vino, como siempre, y de sus tristes días en la escuela de Kafr Yasif, en su Galilea natal, tras la Nakba (el Desastre palestino de 1948).

Me dijo que se iba a Houston, y le deseé suerte.

El País, 10/8/08

¡Oh tú, muerte! Aguarda...

En el año 2000, tras recuperarse de su segunda crisis cardiaca, Darwix escribió Mural, poema al que pertenece este fragmento, publicado en Poesía escogida (1966-2005), Valencia, Pre-Textos, 2008:

¡Oh tú, muerte! Aguarda a que prepare
la maleta: el cepillo de dientes, el jabón,
la máquina de afeitar, la colonia y la ropa.
El clima ahí ¿es templado? ¿Hay
alternancias en la eternidad blanca
o son iguales otoño
e invierno? ¿Me bastará con un libro
para entretenerme en el no tiempo o me hará falta
una biblioteca? ¿Y qué lengua se habla ahí,
el dialectal de la gente o el árabe
clásico? /
... ¡Oh muerte! Aguarda, muerte,
a que la primavera y la salud
me devuelvan la claridad mental, y sé un cazador noble
que no abate al corzo junto a la fuente. Que sea nuestra relación
afectuosa y sincera: tuyo será
lo que obtengas de mi vida cuando culmine...
mío de ti contemplar los astros:
ninguno está del todo muerto, son espíritus
que cambian de forma y lugar /
¡Oh muerte! Oh sombra mía que
has de llevarme, a la tercera, oh
color vacilante en la esmeralda y el topacio,
oh sangre del pavo real, cazadora que alcanza el corazón
del lobo, oh mal de la imaginación! Siéntate
en la silla, pon los pertrechos de caza
al pie de mi ventana, y cuelga sobre la puerta
el pesado llavero. No te fijes,
oh poderosa, en mis arterias, al acecho del último
punto débil. Tú eres más fuerte
que la medicina, más fuerte que mi aparato
respiratorio, más fuerte que la miel fuerte
y no precisas ―para matarme― mi enfermedad.
Sé más noble que los insectos. Sé quien
eres, transparente correo que descifra lo invisible.
Sé como el amor, tormenta sobre los árboles, y no
te sientes en el umbral como el mendigo o el recaudador
de impuestos. No seas guardia de tráfico en
las calles. Sé fuerte, de acero puro, y quítate la máscara
del zorro. Sé
caballerosa, magnánima, de golpe certero. Di
lo que deseabas decir: «De un significado a otro
vengo. Es la vida un fluido y yo
lo adenso, lo nombro con mi cetro y mi balanza»... /
Oh muerte, aguarda, y siéntate en
la silla. Toma una copa de vino, y no
regatees conmigo, pues no es digno de ti regatear con hombre
alguno, y alguien como yo no se opone a la servidora
de lo invisible. Descansa... Acaso hoy estés agotada
de tanta guerra entre las estrellas. ¿Y quién soy yo
para que me visites? ¿Tienes tiempo de calibrar
mi poema? No. Eso no es cosa
tuya. Tú eres responsable de cuanto de barro hay
en el ser humano, no de sus actos o sus dichos /
Te han derrotado, oh muerte, las artes todas.
Te han derrotado, oh muerte, los himnos de
Mesopotamia. El obelisco del egipcio, el Valle de los Reyes,
los jeroglíficos de los templos te han derrotado
y vencido, y de tus emboscadas se ha zafado
la eternidad...
Haz pues, con nosotros y contigo misma, lo que quieras.

[...]

Traducción de Luz Gómez García

9/8/08

Ha muerto Mahmud Darwix

Esta tarde, a las 18, 30 h., ha muerto en un hospital de Houston (Texas, EEUU) Mahmud Darwix.

8/8/08

Boulevard Saint-Germain: con Peter Brook

/ Sentado con Peter Brook, los pájaros de Aristófanes y de Farid al-Din al-Attar sobrevuelan nuestras cabezas en un viaje compartido hacia los límites del significado.

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)

Traducción de Luz Gómez García

3/8/08

Boulevard Saint-Germain: con George Steiner

/ Me dice George Steiner: El poeta ha de ser huésped... Yo le digo: ¡Y hospedero!

De La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008).

Traducción de Luz Gómez García

1/8/08

Adiós a “al-Karmel”

al-Karmel (“El Carmelo”, en alusión al monte vecino a Haifa, patria chica de Darwix y símbolo galileo) la gran revista palestina fundada y dirigida por Mahmud Darwix, deja de editarse. El último número aparecido, el 88/89, lleva fecha de 2006. Si entonces no estaba claro si sería el último, hoy el proyecto ha cerrado su ciclo.

Fundada en 1981 en Beirut, al-Karmel sufrió un primer parón en 1982, a raíz de la invasión israelí del Líbano. Entre 1983 y 1993 se editó desde Nicosia, y en 1996 se trasladó a Ramala, coincidiendo con el establecimiento en esta ciudad de la Autoridad Nacional Palestina.

al-Karmel ha querido siempre establecer un diálogo intelectual y creativo entre la cultura árabe en sus distintas manifestaciones y el resto de las culturas del mundo, a partir de la convicción del carácter universalista del humanismo. Por ello, ha prestado atención tanto a las colaboraciones de los autores árabes contemporáneos más destacados como a la traducción de los principales pensadores y escritores del panorama internacional.

25/7/08

Regreso a Haifa. Entrevista por Dalia Karpel

DK. ¿Siente emoción ante su próxima visita a Haifa? ¿Qué impacto le produce saber que se han vendido en un día 1200 entradas (de un total de 1450) para su lectura poética de este domingo en un auditorio del Monte Carmelo? ¿Le conmueve esta acogida?

Darwix. Cuando pasé de los cincuenta años, aprendí a controlar mis emociones. Voy a Haifa sin ninguna esperanza. Tengo una barrera en el corazón. Tal vez en el momento del encuentro con el público, unas cuantas lágrimas caigan en el corazón. Espero una cálida acogida, pero me temo que el público se sentirá decepcionado, porque no voy a leer muchos poemas antiguos. No quiero presentarme como un patriota, un héroe o un símbolo. Quiero presentarme como un poeta modesto.

DK. ¿Cómo se pasa de símbolo del espíritu nacional palestino a poeta modesto?

Darwix. El símbolo no existe ni en mi inconsciente ni en mi imaginación. Estoy haciendo esfuerzos para romper las demandas de símbolo y acabar con este estado icónico; para acostumbrar a la gente a tratarme como a una persona que desea desarrollar su poesía y el gusto de sus lectores. En Haifa voy a ser real, lo que soy. Y voy a elegir poemas de un alto nivel.

DK. ¿Por qué desprecia sus poemas antiguos?

Darwix. Cuando un escritor declara que su primer libro es el mejor, mal asunto. Yo progreso de un libro a otro. Todavía no he decidido qué leeré al público. No soy tonto. No los decepcionaré. Sé que muchos desean escuchar poemas antiguos.

Darwix llegó a Ramala, procedente de Amman, el lunes por la mañana de esta semana. Estaba preparado para realizar encuentros de trabajo los días siguientes y luego ir a Haifa, la ciudad en la que embarcó en su trayectoria literaria en la década de los años cincuenta. Todavía no sabe cómo irá —hay muchos voluntarios que desean llevarle al encuentro en Haifa con los residentes en Galilea—. La velada está siendo organizada por Siham Daoud, poeta y editor de la revista literaria Masharef, en colaboración con el partido político árabe-judío Hadash. Darwix hablará y recitará unos veinte poemas. Samir Yubrán le acompañará al laúd y el cantante Amal Murkus asesorará. Darwix espera que el ministro del Interior le permita permanecer en Israel una semana, aunque el permiso de entrada que le han concedido es válido sólo para dos días.

La conversación con el poeta tiene lugar a las cuatro de la tarde en el centro cultural Jalil Sakakini en Ramala. El magnífico y bien conservado edificio contiene una galería de arte y una sala para películas y conciertos. También hay una amplia oficina desde la que Darwix edita la revista de poesía al-Karmel.

La sala en la que estamos contiene una biblioteca rica en libros árabes, entre los cuales hay intercalados algunos ejemplares en hebreo. Se trata de una colección poética editada por la revista literaria hebrea Iton 77, y también ejemplares de la revista literario-política Mita’am, editada por el poeta Yitzhak Laor, y una colección poética de Sami Shalom Chetrit.

Darwix, más delgado que de costumbre y elegantemente vestido, es cordial. Teniendo en cuenta que hace ocho años se le dio por clínicamente muerto y volvió a la vida casi milagrosamente, su aspecto es saludable y no aparenta los 66 años que tiene.

“¿Hay alguna esperanza para esta nación?”, pregunto, y Darwix, el gran pesimista, pregunta a su vez que a qué nación me refiero. “Aunque no haya esperanza, estamos obligados a inventar y crear esperanza. Sin esperanza estamos perdidos. La esperanza debe brotar de las cosas sencillas: del esplendor de la naturaleza, de la belleza de la vida, de su fragilidad. Uno debe olvidar las cosas esenciales ocasionalmente para mantener la mente sana. Es duro hablar de esperanza en esta época, es como si ignorásemos la historia y el presente, como si mirásemos al futuro separándolo de lo que sucede en este momento. Pero para vivir, debemos inventar esperanza a la fuerza”.

DK. ¿Y cómo lo hace usted?

Darwix. Yo soy un trabajador de metáforas, no un trabajador de símbolos. Creo en el poder de la poesía, que me da razones para mirar hacia adelante e identificar un destello de luz. La poesía puede ser una auténtica desalmada. Deforma. Tiene el poder de transformar lo irreal en real y lo real en imaginario. Tiene el poder de construir un mundo que está reñido con el mundo en el que vivimos. Yo considero la poesía una medicina espiritual. Puedo crear con palabras lo que no encuentro en la realidad. Es una tremenda ilusión, pero positiva: no tengo otra herramienta con la que buscarle un sentido a mi vida o a la vida de mi nación. Tengo el poder de otorgarles belleza por medio de las palabras y plasmar un mundo bello y también expresar su situación. Una vez dije que yo construyo con palabras una patria para mi nación y para mí.

DK. Usted una vez escribió: “Esta tierra impone el asedio a todos nosotros”, y ahora más que nunca el sentimiento de desaliento e impotencia es arrollador.

Darwix. La situación actual es la peor que quepa imaginar. Los palestinos son la única nación en el mundo que sienten con certeza que el día de hoy es mejor que los días venideros. Mañana siempre trae una situación peor. No es una cuestión existencial. Yo no puedo hablar del lado israelí, no soy experto en eso. Sólo puedo hablar del lado palestino. En 1993, durante el acuerdo de Oslo, yo sabía que el acuerdo no garantizaba que fuéramos a lograr la verdadera paz basada en la independencia para los palestinos y el fin de la Ocupación israelí. A pesar de todo, sentía que la gente albergaba esperanzas. Pensaban que quizá una mala paz era mejor que una guerra victoriosa. Aquellos sueños se esfumaron. La situación ahora es peor. Antes de Oslo no había controles, los asentamientos no se habían expandido como ahora y los palestinos tenían trabajo en Israel.

DK. ¿Cree usted que la disposición para la paz era mutua?

Darwix. Los israelíes se quejan de que los palestinos no los quieren. Tiene gracia. La paz se acuerda entre Estados y no se basa en el amor. Un acuerdo de paz no es un convite de boda. Yo entiendo el odio hacia los israelíes, cualquier persona normal odia vivir bajo la Ocupación. Primero que se firme la paz y luego que se contemplen los sentimientos como amor o no amor. A veces, después de firmarse la paz, no hay amor. El amor es un asunto privado, no se puede forzar.

DK. ¿A qué esperanza se refiere?

Darwix. Yo acuso a la parte israelí de no mostrar disposición a acabar con la Ocupación en la franja de Gaza y Cisjordania. El pueblo palestino no pretende liberar Palestina. Los palestinos quieren llevar una vida normal en el 22 % de lo que ellos piensan que es su patria. Los palestinos consideran que ha de hacerse una distinción entre patria y Estado. Comprenden el desarrollo histórico que ha conducido a la presente situación en la que dos pueblos viven en la misma tierra y en el mismo país. A pesar de esta buena voluntad, no queda de qué hablar.

DK. Ha mencionado la franja de Gaza. ¿Qué piensa de la nueva realidad allí?

Darwix. Es una situación trágica, un ambiente de guerra civil. Lo que sucede entre los partidarios de Fatah y los partidarios de Hamás en Gaza refleja un horizonte cerrado. No hay un Estado palestino ni una autoridad palestina y la gente allí lucha contra ilusiones. Cada una de las partes quiere tomar el control del Gobierno. Todo es “como si”: como si hubiera un estado, como si hubiera un gobierno, como si hubiera un ministro o esto o lo otro, como si hubiera una bandera, como si hubiera un himno. Mucho “como si” pero ningún contenido. Es como si metes a la gente en prisión —la franja de Gaza es una gran prisión— y los prisioneros son pobres y carecen de todo, están desempleados y carecen de asistencia médica básica: encontrarás gente sin esperanza, lo cual crea un manifiesto sentimiento natural de violencia interna. No saben contra quién luchar, por eso luchan entre sí. Eso es lo que se llama guerra civil. Es una explosión entre presiones mentales, económicas y políticas.

DK. ¿Le alarma el auge del fundamentalismo de Hamás?

Darwix. Hay un conflicto cultural entre la parte laica que cree en el multiculturalismo y una patria nacional y la gente que considera Palestina exclusivamente bajo el prisma de la herencia. No me asusta desde el punto de vista político. Es una alarma cultural. Su inclinación a imponer sus principios a los demás no resulta cómoda. Ellos creen en una democracia trasnochada, y eso sólo para ganar las elecciones y lograr el poder. Pero son una catástrofe para la democracia. Es una democracia antidemocrática. Ambos partidos, Fatah y Hamás, no pueden permanecer inflexibles. Ahora, cuando la sangre está caliente y las heridas sangran, es duro hablar de diálogo, pero al final, si Hamás pide perdón por lo hecho en Gaza y rectifica los resultados de la campaña en Gaza, será posible hablar de diálogo. Es imposible ignorar a Hamás como fuerza política que tiene partidarios en la sociedad palestina.

DK. Así que usted está de nuevo jugando en las manos de Israel, lo cual es fruto en cierto modo de esta situación.

Darwix. Israel proclama continuamente que no tiene interlocutores, incluso cuando hay alguien dispuesto al diálogo. Ahora dicen que es posible hablar con Mahmud Abbás, pero Abbás estaba ahí antes de que Hamás ganara las elecciones. ¿Qué puede Abbás hacer si no han quitado ningún control? Es la política israelí lo que impulsa a los palestinos al extremismo y a la violencia. Los israelíes no quieren dar nada a cambio de la paz. No quieren retirarse a las fronteras de 1967, no quieren hablar del derecho al retorno o de la evacuación de los asentamientos, y, por supuesto, no quieren hablar de Jerusalén. Entonces, ¿hay algo de qué hablar? Estamos en un callejón sin salida. Yo no veo el final de este oscuro túnel mientras Israel sea incapaz de diferenciar la historia de la leyenda.

Los Estados árabes están dispuestos a reconocer a Israel y están pidiendo a Israel que acepte la iniciativa árabe de paz que consiste en la retirada a las fronteras de 1967 y el establecimiento de un Estado palestino a cambio no sólo de reconocer plenamente a Israel sino también de la normalización de las relaciones. Dígame quién está perdiendo la oportunidad. Se suele decir que los palestinos nunca pierden una oportunidad porque sí. ¿Por qué está Israel emula el rechazo de los árabes?

DK. ¿Cree que vivirá lo suficiente para ver algún acuerdo entre las dos naciones?

Darwix. Yo no desespero. Soy paciente y estoy esperando una revolución profunda en la conciencia de los israelíes. Los árabes están dispuestos a aceptar a un Israel fuerte con armas nucleares, todo lo que tienen que hacer es abrir las puertas de su fortaleza y establecer la paz. Dejar de hablar de los profetas y de la tumba de Raquel. Estamos en el siglo XXI. Mire lo que está sucediendo en el mundo. Todo ha cambiado, aparte de la posición israelí que, como he dicho, mezcla la historia con la leyenda.

DK. La terrible asociación entre tierra y muerte se está ahora dando por sentado en ambos lados.

Darwix. He dicho que los políticos tienen que realizar una revolución cultural en Israel para comprender que es imposible pedir a los jóvenes de Israel que esperen la próxima guerra. La globalización afecta a la juventud; desean viajar y vivir fuera del Ejército. No espere que haga una comparación entre la desesperación de los dos lados del conflicto. Si la desesperación existe entre los israelíes, es una buena señal. Tal vez la desesperación ejerza presión sobre los dirigentes para crear una nueva situación

Sabe cuál es la diferencia entre un general y un poeta? El general cuenta el número de muertos entre el enemigo en el campo de batalla, mientras que el poeta cuenta cuántas personas han muerto en la batalla. No hay enemistad entre los muertos. Hay un enemigo: la muerte. La metáfora es clara. Los muertos de ambos lados no son enemigos.

DK. ¿Se puede producir una situación que le impulse a dedicarse a la política, como hizo Václav Havel, por ejemplo?

Darwix. Havel pudo haber sido un buen presidente, pero no se le conoce como un escritor excepcional. A mí se me da mucho mejor escribir poemas que la política.

DK. ¿Quiere anticiparnos lo que dirá en el recital poético?

Darwix. Quiero hablar de cómo me marché del Carmelo y cómo he regresado y me pregunto por qué me marché.

DK. ¿Se arrepiente de haberse marchado en 1970, cuando formando parte de una joven delegación comunista viajó a Egipto y nunca regresó?

Darwix. A veces el tiempo produce sabiduría. La historia me ha enseñado el significado de la ironía. Siempre me preguntaré: “¿Me arrepiento de haberme marchado en 1970?” He llegado a la conclusión de que la respuesta no es importante. Quizá la pregunta de por qué me marché del Monte Carmelo es más importante.

DK. ¿Por qué lo hizo?

Darwix. Para regresar 37 años después. Eso quiere decir que no me marché del Carmelo en 1970 ni regreso en 2007. Todo es una metáfora. Si en este momento estoy en Ramala y la próxima semana estoy en el Carmelo y recuerdo que no he estado allí desde hace casi 40 años, el círculo se cierra y todos esos largos años habrán sido una metáfora. Pero no asustemos a los lectores. No intento llevar a cabo el derecho al retorno.

DK. ¿Y si se diera una conjunción de los astros que hiciera posible su regreso a Galilea, a Haifa y a la familia?

Darwix. Usted fue testigo de mis fuertes emociones durante la primera visita, en 1996, después de una ausencia de 26 años. Iba a encontrarme con Emile Habibi para participar en una película sobre su vida. Hasta grité y deseé permanecer en Israel. Pero si me lo pregunta hoy, no estoy dispuesto a cambiar mi carné de identidad palestino por uno israelí. Lo relevante ahora es lo que he hecho durante estos años: escribo mejor, he progresado y he beneficiado a mi nación desde el punto de vista literario.

DK. Algunos han criticado que su lectura se produzca este mes, aprovechando la situación política y el asunto de Azmi Bishara.

Darwix. Nosotros estamos vivos, y no sé lo que está bien y lo que no. Todo nuestro tiempo y nuestra distribución del mismo está dislocado. Ésta no es mi primera visita. Estuve aquí en 1996 y leí una elegía en el funeral de Habibi; y también estuve en el 2000 y leí mis poemas en Nazaret, y estuve en un acto de una escuela a la que asistí en Kafr Yasif. No puedo tomar partido en las disputas entre partidos políticos. Soy un invitado de todo el público árabe de Israel y no diferencio entre el movimiento islámico, Hadash y Balad. Soy el poeta de todos ellos. No debo olvidar que hay muchos poetas que me odian y también hay odio entre los que se consideran poetas. La envidia es una emoción humana, pero cuando se convierte en odio, es otra cosa. Los hay que me consideran una amenaza literaria, pero yo los veo a ellos como niños que deben rebelarse contra su padre espiritual. Tienen derecho a matarme, pero que sea a un alto nivel, en un texto.

DK. ¿Mantiene relaciones con intelectuales judíos israelíes?

Darwix. Tengo contacto con el poeta Yitzhak Laor y con el historiador Amnon Raz-Krakotzkin. He leído menos en hebreo durante los últimos 20 años, pero me interesan algunos escritores israelíes.

DK. ¿Se siente halagado por el hecho de que hace siete años Yossi Sarid, que entonces era ministro de Educación, quisiera introducir sus poemas en la asignatura de Literatura, con el resultado de que algunos miembros de la derecha le amenazaron con disolver la coalición?

Darwix. Me da igual que en la asignatura de literatura se estudien o no mis poemas. Cuando me enteré de que iba a haber una moción de censura, me pregunté con ironía dónde estaba el orgullo israelí. ¿Cómo se puede derrocar a un Gobierno por un poeta palestino, cuando hay otras razones para hacerlo? Me da igual que los alumnos estudien o no mis poemas en las escuelas árabes porque los alumnos generalmente odian la literatura que les obligan a estudiar.

DK. ¿Dónde está su casa?

Darwix. Yo no tengo casa. Me he trasladado y he cambiado de casa tan a menudo que no tengo casa en el sentido profundo de la palabra. Mi casa es el lugar donde duermo, leo y escribo, y eso puedo hacerlo en cualquier parte. He vivido en más de veinte casas, y siempre me he dejado en ellas medicinas, libros y ropa. Yo huyo.

DK. En el archivo de Siham Daoud hay cartas, manuscritos y poemas que usted dejó en 1970.

Darwix. Yo no sabía que no iba a regresar. Pensé que intentaría no regresar. Yo no elegí la diáspora. Durante diez años tenía prohibido salir de Haifa, y durante tres de estos años estuve en arresto domiciliario. No siento especial nostalgia por ninguna casa. Al fin y al cabo, una casa no son sólo los objetos que uno ha acumulado. Una casa es un lugar y un ambiente. Yo no tengo casa.

Todo se parece: Ramala es como Ammán y como París. Tal vez porque he vencido a la nostalgia, no me conviene caer en ella nunca más, o tal vez las emociones me hayan abandonado. Puede que la razón haya vencido a la emoción y la ironía se haya intensificado. Ya no soy el mismo.

DK. ¿Es por eso por lo que nunca ha formado una familia?

Darwix. Mis amigos me recuerdan a veces que me he casado dos veces, pero yo en realidad no me acuerdo. No me arrepiento de no haber tenido un hijo. Quizás habría ido por mal camino. No sé por qué intuyo que no habría ido por buen camino. Pero lo que tengo claro es que no me arrepiento.

DK. Entonces ¿de qué se arrepiente?

Darwix. De que publiqué poemas siendo muy joven, y son poemas malos. Me arrepiento de haber causado daño con palabras a un amigo o haber sido grosero o brusco. Quizá no he sido fiel a ciertos recuerdos, pero no he cometido ningún crimen.

DK. ¿Le gusta su soledad?

Darwix. Mucho. Cuando tengo que acudir a una cena, siento que estoy sufriendo un castigo. En los últimos años me gusta estar solo. Acudo a los demás cuando los necesito. Tal vez sea un egoísta, pero tengo cinco o seis amigos. Son muchos. Tengo miles de conocidos, pero eso no ayuda.

DK. Entre sus primeros poemas que no considera buenos ¿incluye “A mi madre”?

Darwix. Escribí ese poema en la cárcel de Ma’asiyahu en 1963-64. Me invitaron a leer poesía en la Universidad Hebrea de Jerusalén —entonces yo vivía en Haifa— e hice una petición [para viajar, porque los árabes que vivían en Israel estaban bajo la ley marcial], pero no obtuve respuesta. Fui en tren. ¿Todavía existe ese tren? Al día siguiente me citaron en el puesto de policía de Nazaret y me condenaron a una sentencia de cuatro meses más otros dos en la cárcel de Ma’asiyahu. Allí fue donde, en un paquete amarillo de cigarrillos Ascot con el dibujo de un camello, escribí el poema que el compositor libanés Marcel Khalife convirtió en un himno nacional. Se considera mi poema más bello y lo leeré en Haifa.

DK. ¿Va a visitar el pueblo en el que nació, Birwa?

Darwix. No. Ahora es un kibutz llamado Yas’ur. Prefiero conservar el recuerdo de espacios abiertos, campos y sandías, olivos y almendros. Recuerdo el caballo que estaba atado en la morera, en el patio. Una vez lo monté, me tiró al suelo y mi madre me pegó. Ella siempre me pegaba porque creía que yo era un diablillo, pero no recuerdo haber sido tan malo.

Recuerdo las mariposas y la sensación de que todo era un espacio abierto. El pueblo estaba situado en una colina y todo se extendía abajo. Un día me despertaron diciendo que nos teníamos que marchar. Nadie habló de guerra o peligro. Fuimos andando —yo con mis tres hermanos— a Líbano. Uno de ellos era muy pequeño y no dejó de llorar durante todo el trayecto.

DK. ¿Su actividad de escritor le obliga a un ritual disciplinado o se ha vuelto más flexible con el paso del tiempo?

Darwix. No tengo obligaciones sino costumbres. Suelo escribir por la mañana, entre las 10 y las 12. Escribo a mano. No tengo ordenador y escribo solamente en casa, y cierro la puerta aunque esté solo, pero no desconecto los teléfonos. No escribo todos los días, pero me obligo a sentarme a la mesa todos los días. Tal vez exista la inspiración, no lo sé. No creo mucho en ella, pero si existe, hay que esperarla y estar preparado para recibirla. A veces, las mejores ideas surgen en sitios que no son muy bonitos: en el baño, en un avión, en un tren. En árabe decimos “De la pluma de”... Pero creo que ya no se escribe a mano. El talento reside en el asiento. Hay que saber sentarse. Si no sabes, no escribes. La disciplina es necesaria.

DK. ¿Por qué tengo la sensación de que no duerme bien?

Darwix. Duermo nueve horas por la noche y nunca padezco insomnio. Puedo dormir en cualquier sitio. Dicen que soy caprichoso. ¿Dónde dijeron eso de mí? En la prensa hebrea. Me consideran una especie de príncipe que está por encima de la gente. Pero no es así. No es cierto que sea antipático. Soy tímido, y algunos interpretan la timidez como antipatía.

DK. ¿El hecho de haber estado a punto de morir, al menos una vez en su vida, le hace temer la vejez y la traición del cuerpo?

Darwix. Me encontré con la muerte dos veces: una en 1984 y otra en 1998, cuando estuve clínicamente muerto y ya se estaban haciendo los preparativos para mi funeral. En 1984 sufrí un ataque cardíaco en Viena. Fue un sueño profundo y plácido en una nube blanca con una luz clara. No creía que estaba muerto. Floté hasta que sentí un fuerte dolor que significaba que había vuelto a la vida. Dijeron que había estado muerto durante dos minutos. En 1998 la muerte fue agresiva y violenta. No fue un sueño placentero. Tuve terribles pesadillas. No era la muerte sino una guerra dolorosa. La muerte en sí no produce dolor.

DK. ¿Cuál es su actitud hacia la muerte ahora?

Darwix. No estoy preparado para ella. No la estoy esperando. No me gusta esperar. Tengo un poema de amor sobre el sufrimiento de la anticipación. Ella, la amada, se retrasa en llegar. Entonces digo: quizá se ha ido a un sitio donde haga sol, tal vez haya ido de compras. Puede que se haya mirado en el espejo, se haya enamorado de sí misma y haya dicho: es una pena que alguien me toque, yo soy mía. Tal vez haya tenido un accidente y ahora esté en el hospital. Quizá haya llamado por la mañana, cuando yo no estaba porque había ido a comprar flores y una botella de vino. Tal vez haya muerto, porque a la muerte, como a mí, no le gusta esperar. A mí no me gusta esperar. A la muerte tampoco le gusta esperar.

Yo tengo un pacto con la muerte y está claro que todavía no estoy preparado para ella. Me quedan cosas por escribir y por hacer. Hay mucho trabajo y hay guerras por todas partes. Tú, muerte, no tienes nada que ver con la poesía que yo escribo, no es ninguna de tus tareas. Concertemos una cita. Dímelo por anticipado: me prepararé, me vestiré elegantemente y nos encontraremos en un café a la orilla del mar, beberemos un vaso de vino y luego me llevarás. No tengo miedo ni me preocupa la muerte. Estoy preparado para aceptarla cuando venga, pero que sea de forma rápida, que se termine todo de repente, no mediante cáncer, enfermedad del corazón o sida. Que no venga como un ladrón. Que me lleve de golpe.

DK. ¿Qué le produce intensa alegría?

Darwix. En Francia se dice que si después de los cincuenta no tienes ningún dolor es que estás muerto. Yo me siento feliz de despertarme cada mañana. De forma general, creo que la felicidad es una quimera. La felicidad es un momento. La felicidad es una mariposa. Yo me siento feliz cuando termino un trabajo.

DK. Da la sensación de que se muestra más conciliador que nunca.

Darwix. Puede sonar brusco, pero es la estética de la desesperación. Yo no tengo ilusiones. No espero muchas cosas. Por eso, si sucede algo bueno, me produce gran alegría. También poseo humor, junto con la desesperación. Soy un “pesoptimista” [alusión a la novela de ese título de Emile Habibi].

DK. ¿Echa de menos a Habibi?

Darwix. Los sitios se llenaban cuando Emile Habibi se hallaba presente. Era una fuerza de la naturaleza. Era risueño y tenía un humor especial. Creo que luchaba contra la desesperación mediante el humor. Al final fue vencido. Todos seremos vencidos, incluidos los victoriosos. Uno tiene que saber comportarse tanto en el momento de la victoria como en el momento de la derrota. Una sociedad que no conoce la derrota no es madura.

DK. Hace poco, ha terminado un nuevo libro, un diario personal, una fusión de prosa y poesía. ¿Ahora está satisfecho consigo mismo?

Darwix. En absoluto. Cuando los poetas jóvenes se acercan a mí y puedo aconsejarlos, les digo: “Un poeta que se sienta a escribir y no se siente como un cero no evolucionará ni ganará prestigio”. Yo siento que no he hecho nada. Eso es lo que me impulsa a mejorar mi escritura, estilo e imaginería. Siento que soy un cero, y eso significa que me quiero mucho. Tengo un amigo que sabe que no puedo soportar ver mi imagen en la televisión. Me dice que eso es narcisismo invertido. Eso es lo que me dice el muy tunante.

Haaretz Magazine, 12/07/2007

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