¿Dormidos? Los árabes comenzaron el siglo XXI con una segunda Intifada en Palestina y una movilización masiva contra la invasión de Irak y la aquiescencia de sus regímenes; protagonizaron luchas de carácter socioeconómico (alzamientos bereberes en Argelia, huelgas del textil en Egipto, revueltas mineras en Túnez); negaron toda legitimidad a las soluciones yihadistas (Occidente contribuyó: no había mejor revulsivo que el binladismo con que se quiso empaquetar a todo musulmán); y se reinventaron la participación ciudadana a base de espacios públicos no patrimonialistas, con asociaciones cívicas y ONG a la cabeza.
1. Zapatos contra dictadores. Una de las imágenes más repetidas de las revueltas árabes ha sido la de la muchedumbre increpando zapato en mano al tirano. Al lego en los usos árabes le parecerá una pintoresca manera de protestar. Pero nada hay tan vejatorio para el inconsciente colectivo árabe como la suela del zapato, que simplemente mostrada a otra persona equivale al insulto más grave. La suela del zapato es lo contaminado, lo inhumano. Mostrársela al gobernante es el acto mismo de pisotearle. Levantarlo en la mano es alzar una antorcha de libertad. Recordemos el zapato que voló hacia Bush. El zapato es la calle, que ha despertado en Túnez y Tahrir no solo para los árabes sino para el mundo entero. Estos últimos meses han hecho justas las palabras que Blanchot escribió en 1968: "La calle es el lugar donde toda libertad es posible".
2. La revolución siempre es joven. Sí, pero ¿por qué ahora? Hace dos décadas que el porcentaje de población árabe menor de 25 años supera el 50%. La novedad es su nivel de educación y su integración en la sociedad de la información. La novedad es que son jóvenes que se saben jóvenes y quieren serlo: emanciparse, viajar, consumir. La alquimia de los números ayuda a comprender por qué ahora: en 2002, el uso de Internet por los árabes apenas rozaba el 0,5% del total mundial (constituyendo los árabes el 5% de la población), pero en 2009 el Arab Knowledge Report de Naciones Unidas constataba una fuerte subida hasta el 4,5%. Excluidos de los medios de participación y de producción tradicionales, que no han sabido encauzar su frustración, los jóvenes, provistos de ordenador y móvil, han hallado el medio y formulado el mensaje.
3. Árabes en red. Una red es una forma, un síntoma, no una causa: es horizontal, multidireccional, no tiene centro. Las revueltas árabes se han servido de las redes (de las del mundo virtual, sí, pero también de otras más tradicionales, operativas en las sociedades árabes: la familia, el gremio, el vecindario) como un modo de comunicación que a su vez vehicula un modo de organización. Pero una vez logrado el vuelco, lo que está en juego es el futuro de las formas en red como mensaje mismo, algo que no debería pasarse por alto. Las redes propician una participación distinta de la dinámica electoral ordinaria, una libertad de expresión que supera los medios de comunicación unidireccionales y una responsabilidad individual que no se siente representada por la división de poderes. El experimento está en marcha, pero no es privativo del mundo árabe. Al contrario: entronca con las demandas de recomposición del paradigma democrático que desde Seattle y Génova han marcado lo que llevamos de siglo.
4. La tele de las masas, las masas en la tele. Quizá de todos los factores implicados en la preparación del cambio árabe, la cadena catarí de televisión Al Yazira ha sido el más decisivo y uno de los menos recordados ahora. Durante años, Al Yazira ha estado dando cuerpo a dos realidades: la de que los árabes tienen voz y su voz es su dignidad, y la idea de pueblo árabe sufriente que se rebela. No ha de olvidarse que para Al Yazira el eje motor del mundo árabe es la causa palestina, a la que luego vino a sumarse Irak. El que no haya visto asiduamente esta cadena ignora hasta qué punto el árabe de a pie tiene la palabra en ella y su palabra y la de los corresponsales son la esencia misma de la cadena. La gente de Tahrir, por mucho que use Internet, no se informa mediante The New York Times o Le Monde, sino por medio de Al Yazira (no Al Jazeera, que se emite en inglés para la diáspora, y que tiene una línea editorial ligeramente diferente).
5. Se llama Palestina y les importa a los árabes. Los israelíes lo saben bien. Y saben del hondón insalvable que lo palestino abre entre el pueblo (al-chaab, la palabra más repetida en todos los eslóganes de las revueltas, el mantra que puede cambiar el mundo árabe) y los dirigentes árabes, sumisos en uno u otro grado a los intereses de Israel. También el régimen iraní sabe de ello, y trata de jugar sus bazas para que el curso de los acontecimientos no le arrincone como protagonista del conflicto árabe-israelí. Ni a Israel ni a Irán les interesa el cambio árabe. Cuando algo puede cambiar en Palestina, llega un cohete Katiusha y todo vuelve a su sitio: los palestinos, a su futuro imposible; Irán e Israel, a su presente eterno; los árabes, a su pasado irredento. Mientras los árabes no sean dueños de su destino, Palestina no lo será del suyo, y viceversa. Es una ecuación demasiadas veces demostrada.
6. El peligro de la inteligencia militar. La sombra de la inteligencia militar (estadounidense o local) planea sobre el futuro árabe. Las transiciones tuteladas por el Ejército corren varios riesgos. El primero, el de los compañeros de viaje: el recurso interesado al islam político como combinación ideal de estabilidad y cambio. Al fin y al cabo, las formaciones islamistas son las mejor organizadas y, en muchos casos, la única oposición operativa. El segundo, el del populismo: las fuerzas armadas como garantes de la voluntad popular propenden a creerse la voz del pueblo. El tercero, claro, el de la perpetuación: generaciones de "oficiales libres" se han sucedido en el poder tras golpes que cambiaron lampedusianamente todo un país (Egipto, Irak, Yemen, Libia, Siria) para que nada cambiara.
7. Al rescate del Mediterráneo. Los levantamientos en curso han zarandeado dos siglos de historia árabe a remolque de Europa. Es más, le han recordado a Europa el potencial de las ciudadanías cuando ejercen su fuerza desde la base. La demanda de pluralismo y libertad de las clases medias árabes sintoniza con la reivindicación de una equidad socioeconómica y una ética distributiva por parte de las clases más desfavorecidas. Esta convergencia, aún incipiente, fluctuante y en peligro, debería despertar a las sociedades de todo el Mediterráneo, embarcadas en un neoliberalismo depauperante y un creciente déficit democrático. Es una oportunidad para repensar de un modo diferente un futuro común.
Pero el despertar aún es tibio, es un frágil comienzo. En cualquier caso, obliga a un cambio de paradigma tanto a los árabes como al llamado Occidente. Los árabes habrán de aparcar el paradigma del orientalismo defensivo ("Vosotros me menoscabáis") y cambiarlo por una actitud protagonista y positiva. Y Occidente habrá de olvidarse del orientalismo ofensivo, el prístino ("Vosotros sois inferiores"), y de supeditar el mundo árabe a sus intereses económicos y securitarios.
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