21/12/10
10/12/10
El aeropuerto es un país para quien no tiene país
Te sientas en un rincón apartado del restaurante del aeropuerto y piensas en las ventajas de estar de viaje: ¿Voy o vengo? Nadie me espera a la ida y no tengo motivos para volver. Tengo más de un nombre y más de una fecha de nacimiento en pasaportes de todos los colores —rojos, azules, verdes. Soy libre en el gentío de los viajeros, y tan de fiar como un producto de las tiendas libres de impuestos, vigilado por las cámaras de seguridad. Nadie me pregunta quién soy, nadie se fija en mi andar vacilante, en el botón que le falta a mi abrigo, en la mancha de aceite de mi camisa. Como si fuera un fugitivo de alguna de las novelas que venden en el quiosco de prensa, un tipo que huye del autor, del lector y del vendedor. Puedo añadir, quitar, modificar, sustituir, matar o ser matado, caminar, sentarme, volar, ser lo que quiera, amar, odiar, elevarme o descender, caer desde lo alto de un monte y que no me pase nada, porque no he vulnerado los derechos de autor, porque sobre lo que pasa, sobre lo que me pasa, yo tengo mi propio punto de vista.
En el aeropuerto, nadie reprime tus excesos ni te impide que rompas la disciplina de autor. Ruedas por la senda de lo conocido sobre el acero de lo desconocido, y saltan las chispas de lo posible. La imaginación, constreñida, estalla como cristal que se rompe, metáfora de las cárceles. Y te ves en el siguiente aeropuerto, eres persona non grata, y todo porque tu documentación no se atiene a la ciencia que casa nombres y geografía: el que nació en un lugar inexistente... no existe. Y cuando metafóricamente dices que tú eres del no lugar, se te responde: Aquí no hay lugar para el no lugar. Y al replicarle a él, al policía de aduanas: El no lugar es el exilio, te contesta: Déjese de retóricas... Si tanto le gusta la retórica, váyase a otro no lugar.
Te ves en un tercer, cuarto, décimo aeropuerto explicando a funcionarios indiferentes a la historia contemporánea que existe el pueblo de la Nakba, diseminado entre las tierras del exilio y la Ocupación, pero ni te entienden ni te conceden permiso de entrada. Te ves en una larga película, narrando lentamente lo que le sobrevino a tu gente, desposeída de la lengua, del trigo, la casa, los argumentos... desde que el gigantesco buldózer de la historia pasó y los arrolló y niveló el lugar con la vara de una mitología pertrechada hasta los dientes de armas y sacralidad. Quien no cupo entonces en la mitología, no cabe ahora. Te preguntas: ¿Existen verdugos sagrados? Te ves rellenando como puedes la casilla de la edad, sin el apoyo de historiadores y autoridades, en un aeropuerto repleto de gente que corre a sus citas amorosas y de negocios.
Libre de reencuentros o despedidas, te sientas y te duermes en el asiento de piel. Te despiertas porque un viajero apresurado se tropieza contigo y se disculpa sin mirarte. Vas al aseo, te lavas la ropa interior y los calcetines y te afeitas. Te diriges a la cafetería y te tomas a sorbos un café mientras buscas en los periódicos las últimas noticias sobre ti: ¿Hay algún país que me acoja? Pero en los periódicos sólo hay minuciosas informaciones sobre guerras, terremotos e inundaciones. ¡Ojalá Dios esté furioso por lo que la humanidad le está haciendo a la tierra! ¡Ojalá la tierra ya esté preñada del Juicio Final!
¿Qué sentido tiene que un hombre viva en un aeropuerto? Te dices en voz baja: Si yo fuera lugar, escribiría un elogio a la libertad en el aeropuerto: La mosca y yo somos libres / Mi hermana la mosca se compadece de mí / Se me posa en el hombro y en la mano / me recuerda que escriba / y echa a volar. Escribo: El aeropuerto es como un país para quien no tiene país / La mosca vuelve al poco / rompe la monotonía y echa a volar, vuela, vuela / mas yo no puedo hablar con nadie / ¿Dónde está mi hermana la mosca? ¿Dónde estoy yo?
Te ves en una película, mirando a una mujer que está sentada al otro lado de la cafetería. Cuando ella se da cuenta y tú también, te pones a limpiarte una mancha de vino que te has echado en la camisa, igual que se te habría caído una palabra si le hubieras dicho: Tus ojos son para mí tan grandes como el firmamento, levanta un poco el firmamento, que pueda hablarte. Levantas los ojos del plato de sopa caliente y ves que te mira, pero al momento se pone a echar sal a la comida con una mano en la que tiembla la luz, y te diriges a ella en tus adentros: ¡Si tuvieras prohibido salir del aeropuerto igual que yo, si fueras como yo! Sientes que la agobias, y haces como que te diriges al camarero: No, gracias. Una perla de sudor brilla en su cuello presto al panegírico, y hablas con ella para tus adentros: Si estuviera contigo, lamería esa gota de sudor. El deseo es tan físico como el plato, como el tenedor, la cuchara y el cuchillo, como la botella de agua y el mantel, como las patas de la mesa. El aire huele a perfume. Las miradas se encuentran, se azoran y se separan. Ella da un trago de su copa de vino, se funden sus perlas. Sientes que conoce el llanto de las ballenas en el océano profundo. Si no, ¿por qué se sume en este silencio tan denso? Le dices en secreto: Si dieran un aviso de bomba, no hagas caso... He sido yo, lo he hecho para acercarme a ti y decirte que he sido yo y nadie más que yo. Te imaginas que ella se tranquiliza, que te dedica un brindis y un guiño y que un hilo de deseo se descuelga de la yema de sus dedos: una descarga eléctrica te recorre la columna vertebral, un escalofrío te sacude... Pierdes la cabeza y suspiras, huele a mango en una cama secreta colgada en el aire. Violines lejanos lloran y languidecen hasta la extenuación.
No la miras, aunque sabes que ella te está mirando sin verte. La niebla se ha cernido sobre tu mesa, que yace bajo todas tus interpretaciones, bajo tantas hojas en blanco que ni veinte escritores podrían llenarlas de metáforas. No es el camarero sino ella quien te saca de tu ensoñación: —¿Qué tal la comida? ―¿Y la tuya? —Encantada de haberte encontrado. ¿Te acordabas de mí? —La gente suele olvidar los encuentros de aeropuerto. Ella te dice: ¡Adiós! No la miras mientras se aleja, no quieres ver al deseo con sus tacones de aguja repiqueteando sobre el mármol de las catedrales, despertando en los violines la lujuria de la partida. Pero te acuerdas de ella cuando te quedas medio dormido, con una sensación idéntica a la del sopor del vino recorriendo tu cuerpo, una sensación que comienza en las rodillas y se ramifica hasta que ya no sientes el bosque del cuerpo. En cuanto a su nombre, tal vez mañana lo sepas, ¡en la mesa de otro aeropuerto!
Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)
Traducción de Luz Gómez García
1/12/10
Un río que muere de sed
Érase un río
con dos orillas
y una madre celestial que de sus nubes,
gota a gota, le daba de mamar,
era un río pequeño que corría despacio,
que bajaba de lo alto de los montes
y visitaba los pueblos y los campamentos
como un huésped amable
que lleva al valle adelfas y palmeras
y sonríe al que vela en sus orillas:
«Bebed leche de las nubes,
abrevad los caballos,
y echad a volar a Jerusalén y a Damasco»,
cantaba heroico a veces,
apasionado a veces...
Era un río con dos orillas
y una madre celestial que de sus nubes,
gota a gota, le daba de mamar.
Pero raptaron a su madre
y él sufrió un síncope hídrico:
murió de sed despacio.
Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)
Traducción de Luz Gómez García
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20/11/10
10/11/10
Las gitanas
Y viviste, porque la mano de algún dios te condujo del ojo del huracán a un valle baldío. Viviste a cero grados, más o menos. Viviste, rebelde el corazón, distanciándote de lo que dolía y transformaba el dolor en un punto cardinal, alejándote del eco de las esquilas, que anunciaba que el lugar se aprestaba a partir. Por allí pasaron las gitanas, febriles de baile y embrujo. Colgaron los zaragüelles de las ramas de los árboles y se vistieron la ágil desnudez de sus movimientos. Sólo la imaginación vislumbra la total desnudez que esconde el arte. Ellas, las gitanas, descargaban su rayo en el tuétano de los espectadores y se cubrían el pecho con las perlas risueñas de su sudor...
Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)
En cada niño hay una gitana. Y en cada gitana un viaje improvisado. Y en cada viaje una historia que no se cuenta hasta que la memoria no rebasa la edad de la vergüenza. ¿Por eso te aferrabas a los gitanos cada vez que el lugar y el tiempo se bifurcaban, cada vez que el lugar merodeaba por sus habitantes, que lo buscaban a él en los olores que había dejado, prueba de la materialidad del espíritu? ¿Por eso buscaste luego, de mayor, en las extranjeras el caos del cuerpo apasionado de las gitanas y su danza en las cuerdas del viento, y hasta el colmo del absurdo buscaste alumbrar en el amor un sentido libre de adornos?
Y viviste, porque la mano de algún dios te salvó de la desgracia. Viviste en todos lados en una eterna sala de embarque, rebotado, como el correo aéreo, de aeropuerto en aeropuerto... Transeúnte a mitad de camino entre el aquí y el allí, visitante exento de tener certidumbres. Y fueron pasando por ti las gitanas, errantes entre la India y el mundo sin mapas ni identidad que nace de la percepción del desierto... Hermosas, valientes, danzarinas sin motivo, a no ser por el calor de su sangre. Ellas, bandada de jaimas que emigran hacia la aventura y el sustento. No se despiden de nada para no entristecerse, la tristeza no va con ellas, son tristes de nacimiento. Bailan para no morir. Dejan a sus espaldas el ayer en el puñado de ceniza de una fogata. Y no piensan en el mañana para que la expectativa no enturbie la pureza de la improvisación. Hoy es hoy, el tiempo entero.
Pero ¡ojo con el camino de las gitanas, no lleva a ninguna parte!
Y viviste, porque las balas perdidas te pasaron entre los brazos y las piernas sin acertarte en el corazón, como tampoco te descalabraron las piedras perdidas. Viviste porque en el último momento el camionero se percató de que un niño gritaba entre el camión y el muro. Viviste porque el conductor de un coche vio en la oscuridad una camisa blanca en medio de la calle, y te salvó de la noche y te devolvió a los tuyos, que estaban en ascuas. Viviste porque la luz de la luna encendió el agua y alumbró el acantilado, y te convenciste de lo dolorosa que sería la muerte si saltabas al mar —no hay natación posible en las aguas de la eternidad.
Y viviste, sin saber formular las palabras más simples de agradecimiento: Gracias, gracias a la vida. Sólo más tarde te preguntaste: ¿Cuántas veces he muerto y no me he enterado? Sin embargo, cada vez que te dabas cuenta de que te morías, te tragabas la vida como un hueso de ciruela: no había tiempo para el miedo a lo desconocido cuando la vida, que era hembra, renovaba su inmoralidad y su beatería dándose caprichosa a los muertos en lugar de a los desposeídos.
Traducción de Luz Gómez García
1/11/10
Rutina
Bajas presiones. Viento del noroeste, chubascos intensos. Mar gris rizada. Cipreses altos. La operación Nubes de Otoño ha dejado treinta caídos al norte de Gaza, entre ellos dos mujeres que se manifestaban por un trozo de esperanza para las mujeres. Cielo despejado. Mar en calma, azul. Viento del norte. Buena visibilidad. Pero Nubes de Otoño —un sobrenombre del asesinato— ha dado cuenta de una familia de diecisiete vidas... los noticiarios buscan sus nombres bajo los escombros. Aparte de eso, la vida anormal parece rutinariamente normal. El demonio sigue alardeando de sus viejas diferencias con Dios. Las criaturas, si se despiertan con vida, siguen siendo capaces de decir: Buenos días. Y se van a su quehacer diario: el funeral por los caídos. No saben si volverán sanos y salvos a las casas que quedan, cercadas por buldózers, tanques y cipreses partidos. La vida es tan poca cosa que no parece sino el borrador de un deseo inconfesable: disfrutar de la seguridad de la cueva en igualdad de condiciones que el chacal. Pero además se nos exige una ardua tarea: que hagamos de intermediarios entre Dios y el demonio, para que pacten una corta tregua que nos permita enterrar a los nuestros.
Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)
Traducción de Luz Gómez García
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20/10/10
Place Mahmoud Darwich
Hace unos meses, el Ayuntamiento de París puso nombre a una de sus plazas: Place Mahmoud Darwich. Está situada en lo que antaño fue, y posiblemente sigue siendo, el centro de Francia y de cierta idea de Europa: a un costado de la Academia Francesa, junto al Pont des Arts, con el Louvre enfrente... Si esto no es la Gloria, al menos concebida a la vieja usanza, qué es la Gloria... A Darwix le habría encantado, desde luego. Y lo que más le habría gustado es la razón que se da de su persona: “Poète de Palestine”, y no “Poète palestinien”. ¡Hecho!
10/10/10
El segundo verso
El primer verso es un regalo de lo invisible al talento. Pero el segundo puede ser poesía o decepción (Frost). El segundo verso es una lucha con lo desconocido. Es un camino sin indicadores, lleno de dudas, donde todo lo posible es posible. Es el asombro de la criatura que imita al creador. ¿Quién guía a quién: la palabra o el que la pronuncia? El segundo verso no es una dádiva, hay que fabricarlo a fuerza de trabajo en lo invisible, pues uno no sabe si ve o no ve, tan mezcladas están la luz y la sombra. La inspiración te da la señal de salida y te deja a solas, sin brújula, ante la aventura. Eres como el que se adentra en el bosque sin saber qué le espera: una emboscada, tiros, una tormenta, una mujer que le pregunta la hora. Tú respondes: «Pasa, el tiempo se ha parado» (Pessoa). Un bosque es lo posible. ¿En el tronco de qué árbol se apoyará tu imaginación y de qué ogro te escaparás? Si en el laberinto de lo posible das con el camino al segundo verso, se allanará el camino a una cita con lo imposible.
Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)
Traducción de Luz Gómez García
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1/10/10
Otoño en París
Éste es tu otoño. Cuánto lo amas. Ocúpate de él como le cuadra a un poeta al que no le arredran los símiles. Tira del espacio con las bridas de la expresión, antes de que el tiempo te mande de una coz a un alto abismo... Tira... tira de él con la fuerza que da la pérdida, con el aplomo de la nostalgia, que ya no cree en los puntos cardinales.
Este otoño es tuyo, y el ropaje del que hoja a hoja se desvisten los árboles. Qué mejor adorno tienes cuando te dedicas a entrar en los patios vacíos. Pisas las baldosas haciendo ruido, para oír el sonido de tus propios pasos, sin motivo aparente. Parece que el tiempo entero fuera un domingo... que nadie se despertara con hora para ocuparse de un quehacer cualquiera. A la luz, los adoquines tienen muescas plateadas semejantes a letras de una lengua por descifrar. En los parterres, apacibles flores se asoman alegres y te saludan y animan: ¡Ve despacio! Revisa las comparaciones tópicas y afloja un poco el ronzal del espacio, pues la memoria también necesita ordenar su caos, cajón por cajón, este otoño.
Éste es tu otoño, en sus inicios, esparce un olor sofocante a exilio, a cartas hueras: rellénalas —no es por jugar con la sinonimia— con el amarillo-dorado-tostado-cobrizo del campo semántico de las hojas que se toman su tiempo para despedirse del árbol, si es que al viento no le da por soplar. Tú, estás tan solo que ni piensas en la soledad. Desde ayer no has saludado a nadie, no has tenido que preocuparte de si tu sombra «iba por delante o por detrás de ti». El aire es suave, y la tierra parece firme.
Pero ése no es, como es sabido, uno de los atributos del exilio /
Este otoño tuyo sale de un tórrido verano, de una estación de extenuación cósmica, de una guerra que parece no tener fin. Otoño que madura las uvas olvidadas en las altas montañas. Otoño que se prepara para un gran cónclave en que la asamblea de los dioses antiguos repasará los borradores de unos destinos que siguen en proceso de redacción, y que discutirán y acordarán una tregua entre el verano y el invierno. Pero el otoño de Oriente es corto, pasa tan veloz como la mano de un jinete que saluda a otro que va en dirección contraria, nadie puede echar cuentas con un otoño así, de tormentas de polvo... y matrimonios fugaces.
Mientras que el otoño aquí, el otoño de un París de regreso de sus largas vacaciones, es el ahínco con que la naturaleza, que se vuelve loca por culpa de la lluvia, se dedica a escribir versos altivos con destreza y buen vino. Otoño larguísimo, como un matrimonio católico en el que la felicidad o el amor nada tienen que ver con alguien que, como tú, está de paso. Otoño parsimonioso. Abrazo erótico de la luz y la sombra, la hembra y el macho. El cielo se inclina reverencial y los árboles se desnudan majestuosos, entre la ambigüedad equívoca de gotas de luz que llueven y gotas de agua que iluminan y resplandecen... Otoño ufano. Otoño compuesto con lo mejor de las estaciones: la desnudez del verano, la cópula del invierno y la pubertad de la primavera.
Y tú, tú vas hollando ligero este día otoñal. Te despabilas, sientes un escalofrío y te asombras: «¿Puede uno morirse en un día así?» No sabes si eres tú quien habita el otoño o si es él quien te habita, aunque te das cuenta de que ya estás en el otoño de la vida, donde mente y corazón saben bien cómo arreglárselas con el tiempo, acomodando placer y sabiduría. Una cadencia sutil afina el cuerpo, que atento a lo que mengua se colma de belleza, esté despejado o nublado. El cuerpo pronostica el tiempo que más le cuadra a un diálogo banal: Bonito día, ¿verdad? Tanto que ¿por qué no disfrutamos juntos de un café? El olor del café está impregnado de puertas que se abren a otro viaje: a una amistad, a un amor, a una pérdida que no duele... El café te traslada de la metáfora a lo tangible.
Una cadencia secreta fuerza los límites de la experiencia... El otoño que se pasea entre los demás, entre la gente y las palomas, por las plazas, se encuentra con tu otoño privado, tu otoño íntimo. Te preguntas como si le preguntaras a otro: «¿Somos lo que hacemos con el tiempo o somos lo que el tiempo hace con nosotros?» Te lo preguntas para que todo vaya más despacio, no por la dificultad de la respuesta. No quieres que este otoño se acabe, como no quieres que el poema culmine y se acabe. No quieres que llegue el invierno. Que el otoño sea tu eternidad privada.
Pero ése no es, como se sabe, uno de los atributos del exilio /
Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)
Traducción de Luz Gómez García
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20/9/10
La necesidad de la idea binacional, por Luz Gómez García
En realidad, poco importa la vuelta de palestinos e israelíes a las negociaciones directas bajo el auspicio de Obama. Y no se trata de ser catastrofistas. Estas nuevas negociaciones no pueden acabar sino donde todas las anteriores. Y ello se debe a que, como afirmaba recientemente Saeb Erakat, negociador jefe palestino, las negociaciones directas carecen de base real, pues se acometen a partir de unas negociaciones de proximidad truncadas y fraudulentas. La parte israelí ha incumplido los requisitos mínimos, especialmente la congelación sin componendas de los asentamientos y el fin de la colonización de Jerusalén Este. A los palestinos se les pide una buena sonrisa y que se sienten para la foto. Estamos ante una nueva negociación en falso de la marca Clinton, como ya sucedió en el Camp David del año 2000. Esto en lo que se refiere al aspecto técnico del proceso de paz.
Pero existe un aspecto de fondo responsable siempre, en mayor o menor medida, del regreso del fracaso: la negativa a reconocer el carácter binacional que, a fecha de hoy, tiene la Palestina histórica.
Que Palestina es hoy binacional significa que existe una nueva entidad, fruto del decurso histórico, en la que judíos y palestinos están inextricablemente mezclados. No unidos, de momento. Una entidad que, desde luego, es el resultado de la Ocupación, pero que obliga a las partes al reconocimiento de este hijo indeseado. Una entidad que no exime de responsabilidades y no impide la exigencia de reparaciones. Porque ha de quedar claro: Palestina es hoy binacional, pero no lo era en 1948 ni en 1967. La binacionalidad es un estado de cosas presente, no pasado, por más que hunda sus raíces en las propias consideraciones del pueblo judío para el establecimiento de un Estado en la tierra de Palestina.
Al principio lo binacional fue sólo una idea. Hoy es una herramienta para la resolución del conflicto. O debería serlo. En el pasado fue el sueño de una parte de la judaidad. A veces de los sionistas. A veces de los antisionistas. Surgió como ideal utópico en la década de 1920, cuando la colonización de la Palestina del Mandato británico les planteó a algunos intelectuales judíos un problema de conciencia: el de cómo convivir con el pueblo en cuyas tierras se quería levantar el Estado nacional judío. El binacionalismo de entonces soñó con la ciudadanía compartida de las dos comunidades, no exenta del reconocimiento jurídico de sus respectivas especificidades. Sus principales defensores fueron los filósofos Martin Buber, Judah Magnes y Hannah Arendt, si bien sus voces se apagaron con la fundación del Estado de Israel, en 1948.
Cuando la idea resurge a finales del siglo XX, la realidad política, social y hasta topográfica es muy distinta. Como recuerda el historiador palestino Elias Sanbar, poco amigo del Estado binacional, el binacionalismo actual es el resultado de tres fracasos: el de la OLP en su intento de instaurar un Estado que reagrupase a árabes y judíos en el territorio de la Palestina histórica; el de los Acuerdos de Oslo para crear un Estado palestino en Cisjordania y Gaza; y el de Israel al no permitir la plena ciudadanía de sus ciudadanos palestinos.
Hoy, tras casi 100 años de idea binacional, lo binacional ha dejado de ser una entelequia. Es una consideración realista a partir del estado de cosas de la Ocupación. Trabaja con la Ocupación, no la consagra. El binacionalismo hoy es un intento de superación de la segregación comunitaria y de la confusión entre identidad nacional, personal y del Estado.
La actual configuración de un Estado (Israel) y unos bantustanes (en Cisjordania y Gaza) resulta, a medio plazo, insostenible en términos demográficos, económicos y políticos. Demográficamente, porque la segregación de casi la mitad de la población de Israel y de los Territorios Ocupados es inviable en un territorio conjunto de apenas 27.000 km2 (sin contar a los refugiados en el extranjero y a la diáspora, el número de palestinos es prácticamente igual al de israelíes judíos). Económicamente, porque no hay más alternativa al subdesarrollo de los Territorios Ocupados que la recíproca dependencia económica (el agua y la mano de obra son palestinas; la industria y la tecnología, israelíes), lo cual va en contra del establecimiento de fronteras cerradas. Políticamente, porque la maraña de asentamientos en lo alto de las colinas de Cisjordania ha reordenado de tal manera el territorio y el poblamiento (el número de colonos sobrepasa los 300.000, sin contar los de Jerusalén) que resulta imposible una retirada que no suponga una expulsión masiva de población. La Ocupación ha llegado tan lejos que la idea binacional ya es irremediable. Se ajusta exactamente al escenario creado.
La consideración binacional del estado de cosas cumple otro requisito sin el que no puede haber visos de solución del conflicto: se ajusta a las nuevas narrativas históricas. Los historiadores palestinos e israelíes vienen estableciendo desde hace dos décadas ciertos hechos: la legitimidad del rechazo palestino del plan de partición de Naciones Unidas de 1947 (Walid Khalidi); la limpieza étnica de 1948 (Ilan Pappé); la planificación de la segregación de los palestinos de Israel (Nur Masalha); la transformación de la topografía (Eyal Weizman); la forja de una identidad ad hoc del pueblo judío (Shlomo Sand). Pero esta dilucidación de los hechos por parte de la historiografía no ha conducido a cambios significativos en la conciencia israelí. Es más, ha servido para que, en aras del mantenimiento de la definición judía del Estado, se perfeccione la política israelí de hechos consumados: es la víctima, y sólo ella, la responsable de su suerte.
Pero la aceptación de los postulados binacionales no es fácil. Hoy como ayer, la mayor parte de la intelligentsia israelí abomina de ellos. Soliviantan por igual a la izquierda y a la derecha. Amnon Raz-Krakotzkin ha analizado en un libro fundamental (Exil et souveraineté: judaïsme, sionisme et pensée binationale, La Fabrique, 2007) cómo la idea binacional pone en evidencia el carácter colonialista y orientalista del sionismo y desmonta los planteamientos binarios característicos de la cultura israelí: judío/árabe, laico/religioso, askenazí/sefardí. En cuanto a la parte palestina, la idea binacional está muy extendida entre la comunidad que vive en Israel, con varias décadas de convivencia en desigualdad con la comunidad judía, pero tiene menos eco en los Territorios Ocupados, y casi ninguno entre los refugiados.
Hablar hoy de visión binacional es referirse al modelo sudafricano. Sudáfrica viene siendo el horizonte de quienes aún piensan que paz es convivencia. En el ejemplo sudafricano se mira la campaña Boicot, Sanciones, Desinversión (BSD), que busca el fin del apartheid en Palestina por medio de la presión de la sociedad civil internacional. Pero la opción sudafricana es también la de una sociedad que, llegado un momento, se miró al espejo y se pensó de manera diferente. Dicho con las palabras sudafricanas de un personaje de Coetzee en Verano: “Esa actitud estribaba en considerar que nuestra presencia en aquel territorio era legal pero ilegítima. Teníamos un derecho abstracto a estar allí, un derecho de nacimiento, pero la base de ese derecho era fraudulenta. Nuestra presencia se cimentaba en un delito, el de la conquista colonial, perpetuado por el apartheid”.
Los partidarios de otros modelos para la solución del conflicto, combaten el sudafricano. Se olvidan de que es el único que ofrece una respuesta a una situación real de apartheid. El sueño de la mutua exclusión no es más dulce que el de la convivencia.
Que concretar políticamente la idea binacional es complejo, no se le oculta a nadie. Pero es una hipótesis de trabajo necesaria. Su mera consideración no significa que las negociaciones de paz deban culminar, algún día, en un Estado binacional. La aceptación de la idea binacional no fuerza a un modelo de Estado, es simplemente un requisito previo para que cualquier solución estatal se asiente en la historia y en la justicia.
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10/9/10
Gilad Atzmon: Al-Quds

* Más que "guerra santa", yihad significa "esfuerzo personal para cambiar las cosas".
1/9/10
3/8/10
Las chumberas
Las chumberas que flanquean la entrada de los pueblos han sido siempre las guardianas de los signos. Cuando éramos niños, hace unos minutos, las chumberas nos indicaban el camino. Por eso nos quedábamos hasta tarde fuera, en compañía de los chacales y de las estrellas. Por eso escondíamos las pequeñeces que sisábamos —un dátil, un higo seco, un cuaderno— en sus alcobas de espinas. Cuando crecimos, sin saber cómo ni cuándo, sus flores amarillas nos incitaron a abordar a las chicas que iban a la fuente risueña, y nos jactábamos de las espinas que se nos clavaban en las manos. Cuando la flor se ajó y el fruto brotó, las chumberas se mostraron incapaces de repeler las armas del ejército asesino. Pero siguieron siendo las guardianas de los signos: allí, detrás de las chumberas, hay casas enterradas vivas, y reinos, reinos de recuerdos, y una vida que aguarda a un poeta que no se recree en las ruinas, a menos que el poema lo exija.
Mahmud Darwix: La huella de la mariposa (Ázar al-faracha, Beirut, Riad El-Rayyes, 2008)
Traducción de Luz Gómez García
Traducción de Luz Gómez García
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27/7/10
Tu padre es tu padre
Tu padre es tu padre. Siempre que te sentabas junto a él, hablabais a trompicones: él jamás descubría su herida ante su hijo, y tú no sabías cómo ocultarle la lástima que te daba. Heredaste su herida. Un lejano verano, en la lejana azotea de una casa de barro, entre estertores, tu padre os dijo: No puedo seguir dándoos estudios a los tres. He caído enfermo. Uno de vosotros ha de dejar la escuela y ayudarme, mi espalda ya no puede cargar ella sola con la piedra. A cual más noble, os peleasteis y gritasteis a la vez: ¡Yo! Las lágrimas de tu padre corrieron a la vista de todos, y os echasteis a llorar con él y por él. De repente dijo: No. Ninguno. Esa noche hubo luna nueva, y cada uno de vosotros abrazó su pequeño sueño con sumo cuidado y se durmió.
Sobre la tumba de tu padre, que dormía en el seno de su padre, recitaste la Fátiha.* Y dijiste: Ha venido un gorrión. Tu padre murió de una insolación mientras cumplía con la peregrinación a La Meca. Y tú, ahora, después de la peregrinación a la tumba de tu padre, te dispones a morir. No es de insolación de lo que mueres, es primavera, mueres de ¡inlunación!
La imaginación se desploma desde lo alto, rueda como una castaña caída de los árboles en la carretera que conduce a Acre, y desaparece entre los coches del atasco. La imaginación es un desfile vertical de imágenes de un instante preñado de lo conocido que el inconsciente conduce a lo desconocido. La imaginación es el cómplice secreto de la existencia, a la que ayuda a corregir las erratas del libro del universo. Es el ojo de la inteligencia que ve y no se ve, pues si la viéramos al margen de sus actos pensaríamos que está enferma. Y si la imaginación enfermara, moriría la poesía. ¿Por eso tienes miedo a Acre, a la que caracterizaste como «la más antigua de las ciudades hermosas / la más hermosa de las ciudades antiguas»? Acre es el lugar de tus primeras aventuras, y de tu primer mar. Ella, ella. Sin embargo la imaginación se desprende de sus muros igual que la cal. Recorres sus oscuros pasadizos imaginando cosas imaginadas, como si pasearas por ti mismo: Aquí, dando al mar, hay una puerta que conduce a tu primera cárcel. En esta cornisa contemplaste el atardecer y las panochas amarillas en las manos de unas muchachas que caminaban muy juntas hablando de sus cosas, ¡cómo te habría gustado meterte entre ellas y contar tú también tus cosas, o ser tú la propia historia!
En Haifa, en la habitación en que la imaginación te enseñó la manera de salir de ti mismo, evitaste ponerla a prueba, te conformaste con echar un vistazo a una pluma de pájaro que colgaba de un naranjo.
¡La imaginación cayó del árbol! ¿Tenías que devolverla tú un poco… un poco a las alturas?
Dijiste: «Si la tierra no fuera redonda, seguiría caminando».
Sobre la tumba de tu padre, que dormía en el seno de su padre, recitaste la Fátiha.* Y dijiste: Ha venido un gorrión. Tu padre murió de una insolación mientras cumplía con la peregrinación a La Meca. Y tú, ahora, después de la peregrinación a la tumba de tu padre, te dispones a morir. No es de insolación de lo que mueres, es primavera, mueres de ¡inlunación!
La imaginación se desploma desde lo alto, rueda como una castaña caída de los árboles en la carretera que conduce a Acre, y desaparece entre los coches del atasco. La imaginación es un desfile vertical de imágenes de un instante preñado de lo conocido que el inconsciente conduce a lo desconocido. La imaginación es el cómplice secreto de la existencia, a la que ayuda a corregir las erratas del libro del universo. Es el ojo de la inteligencia que ve y no se ve, pues si la viéramos al margen de sus actos pensaríamos que está enferma. Y si la imaginación enfermara, moriría la poesía. ¿Por eso tienes miedo a Acre, a la que caracterizaste como «la más antigua de las ciudades hermosas / la más hermosa de las ciudades antiguas»? Acre es el lugar de tus primeras aventuras, y de tu primer mar. Ella, ella. Sin embargo la imaginación se desprende de sus muros igual que la cal. Recorres sus oscuros pasadizos imaginando cosas imaginadas, como si pasearas por ti mismo: Aquí, dando al mar, hay una puerta que conduce a tu primera cárcel. En esta cornisa contemplaste el atardecer y las panochas amarillas en las manos de unas muchachas que caminaban muy juntas hablando de sus cosas, ¡cómo te habría gustado meterte entre ellas y contar tú también tus cosas, o ser tú la propia historia!
En Haifa, en la habitación en que la imaginación te enseñó la manera de salir de ti mismo, evitaste ponerla a prueba, te conformaste con echar un vistazo a una pluma de pájaro que colgaba de un naranjo.
¡La imaginación cayó del árbol! ¿Tenías que devolverla tú un poco… un poco a las alturas?
Dijiste: «Si la tierra no fuera redonda, seguiría caminando».
* Fátiha: Primera azora del Corán, usada a modo de oración.
Mahmud Darwix: En presencia de la ausencia (Fi hadrat al-giyab, Beirut, Riad El-Rayyes, 2006)
Traducción de Luz Gómez García
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