1/7/08

Muhammad

De entre los poemas últimos de intervención de Mahmud Darwix, cada veces menos frecuentes, hay uno que su autor no ha recogido en libro. Se titula “Muhammad” y trata del niño Muhammad ad-Durra, asesinado por las balas del Ejército israelí el 30 de septiembre de 2000 en Gaza, mientras su padre trataba de cobijarle. Las imágenes de televisión dieron la vuelta al mundo, aunque en buena medida hoy se habrán olvidado. En su día, la traducción de este poema apareció en la revista española Nación Árabe (nº 43, invierno de 2001), y posteriormente en 21 poemas (Madrid, Residencia de Estudiantes, 2006), un cuaderno con algunos de los textos que Darwix leyó en su visita a la institución madrileña. La edición original árabe es del 21/22 de octubre de 2000, en el diario al-Quds.

MUHAMMAD

Muhammad,
acurrucado en brazos de su padre, es un pájaro temeroso
del infierno del cielo: papá, protégeme,
que salgo volando, y mis alas son
demasiado pequeñas para el viento… y está oscuro.

Muhammad,
quiere volver a casa, no tiene
bicicleta, tampoco una camisa nueva.
Quiere irse a hacer los deberes
del cuaderno de conjugación y gramática: llévame
a casa, papá, que quiero preparar la lección
y cumplir años uno a uno…
en la playa, bajo la palmera…
Que no se aleje todo, que no se aleje…

Muhammad,
se enfrenta a un ejército, sin piedras ni
metralla, no escribe en el muro: “Mi libertad
no morirá” —aún no tiene libertad
que defender, ni un horizonte para la paloma
de Picasso. Nace eternamente el niño
con su nombre maldito.
¿Cuántas veces renacerá, criatura
sin país… sin tiempo para ser niño?
¿Dónde soñará si se queda dormido…
si la tierra es llaga… y templo?

Muhammad,
ve su muerte viniendo ineluctable, pero
se acuerda de una pantera que vio en la tele,
una gran pantera con una cría de gacela acorralada; mas al
oler de cerca la leche
no se abalanza,
como si la leche domara a la fiera de la estepa.
“Entonces —dice el chico— me voy a salvar”.
Y se echa a llorar: “Mi vida es un escondite
en la alacena de mi madre, me voy a salvar… yo daré fe”.

Muhammad,
ángel pobre a escasa distancia del
fusil de un cazador de sangre fría. Uno
a uno la cámara acecha los movimientos del niño,
que se funde con su imagen:
su rostro, como la mañana, está claro,
claro su corazón como una manzana,
claros sus diez dedos como cirios,
claro el rocío en sus pantalones.
Su cazador debería habérselo pensado
dos veces: le voy a dejar hasta que sepa deletrear
esa Palestina suya sin equivocarse…
me lo guardo en prenda
y ya le mataré mañana, ¡cuando se revuelva!

Muhammad,
un jesusito duerme y sueña en
el corazón de un icono
fabricado de cobre,
de madera de olivo,
y del espíritu de un pueblo renovado.

Muhammad,
hay más sangre de la que precisan los noticiarios
y a ellos les gusta: súbete ya
al séptimo cielo,
Muhammad.

Traducción de Luz Gómez García

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