9/7/08

Nada, nada justifica el terrorismo

Recuperamos el texto de condena de los atentados del 11-S firmado por Darwix y otros intelectuales palestinos. El original árabe se publicó en el diario palestino al-Ayyam (17/09/01).

La catástrofe que ha golpeado Washington y Nueva York tiene un solo nombre: la sinrazón del terrorismo. Esta catástrofe no ha sido ni una siniestra película de ciencia-ficción ni el Día del Juicio. Ha sido terrorismo, a palo seco, sin patria ni color ni credo, a pesar de los muchos dioses, divinidades y agonías humanas con que pretenda autojustificarse.

Ninguna causa, ni siquiera una causa justa, puede legitimar el asesinato de inocentes civiles, por muy larga que sea la lista de acusaciones y la nómina de agravios. El terror nunca allana el camino a la justicia, es un atajo al infierno. Deploramos estos horrendos crímenes y condenamos a quienes los planearon y ejecutaron con todas las palabras de repulsa y condena que existen en nuestra lengua. Hacemos esto no sólo como un deber moral, sino también para reafirmar nuestro compromiso con nuestra propia naturaleza de seres humanos y nuestra fe en los valores humanistas que no diferencian entre una persona y otra. Nuestras simpatías hacia las víctimas y sus familias, así como hacia el pueblo americano en estos duros momentos, es igualmente una expresión de nuestro hondo compromiso con la unidad del destino humano. Porque una víctima es una víctima, y el terrorismo es terrorismo, aquí o allá, no conoce fronteras o nacionalidades, y no le falta retórica para matar.

Nada, nada justifica este terrorismo que ha fundido la carne humana con hierro, cemento y polvo. Ni nada puede justificar que se polarice el mundo en dos bloques que nunca puedan encontrarse: uno del bien absoluto, el otro del absoluto mal. La civilización es el resultado de la contribución de cada sociedad a una herencia global; la acumulación e interacción que conduce a la elevación de la humanidad y a la nobleza de la conciencia. En este sentido, la insistencia de los neo-orientalistas en que el terrorismo anida en la naturaleza primigenia de la cultura árabe e islámica no contribuye en absoluto a aclarar el enigma, y menos aún ofrece solución alguna. Al contrario, hace que la solución sea más inescrutable, porque ha caído en las garras del racismo.

Por ello, cuando América busca razones para comprender la animosidad hacia su política (una animosidad que no es hacia el pueblo americano y el conjunto de su cultura) debe distanciarse del concepto “choque de culturas”. Debería también prescindir de la necesidad de identificar siempre a un enemigo de carne y hueso, imprescindible para probar la “supremacía occidental”. En lugar de eso, debería moverse en el terreno de la política, en el que los Estados Unidos deberían reflexionar acerca de la sinceridad de su política exterior. En particular, deberían meditar sobre sus logros en Oriente Próximo, donde los grandes valores americanos de la libertad, la democracia y los derechos humanos han dejado de funcionar, especialmente en el contexto palestino, en el que la Ocupación israelí sigue estando exonerada de responder al derecho internacional, al tiempo que los EEUU le provee de todas las razones que necesite para justificar prácticas que lindan con el terrorismo de Estado.

Sabemos que la herida de los americanos es profunda, y sabemos que este trágico momento es un tiempo para la solidaridad y el dolor compartido. Pero también sabemos que los horizontes del intelecto pueden atravesar paisajes de devastación. El terrorismo no tiene territorio ni fronteras, no reside en una geografía propia, su casa es el desencanto y la desesperación.

La mejor arma para erradicar el terrorismo proviene de la solidaridad de la comunidad internacional, del respeto al derecho de todos los pueblos del planeta a vivir en armonía, de la reducción de la sima cada vez más profunda entre el norte y el sur. La manera más efectiva para defender la libertad es haciendo totalmente realidad el significado de la justicia. Las medidas de seguridad por sí solas no son suficientes, puesto que el terrorismo extiende sus redes a múltiples naciones, y no reconoce fronteras. No puededividirse al mundo en dos sociedades, una para los rebeldes y otra para los oficiales de la ley. Pero nada, nada justifica el terrorismo.

Texto de Mahmud Darwix suscrito por Hanna Nasser, Sari Nusseiba, Salim Tamari, Rema Hammai, I’zzat Ghazawi, Hassan Khader, Hannan Ashrawi

Traducción de Luz Gómez García

CSCAweb, 17/09/01

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